Maullidos

Laia se despierta sobresaltada y con un ligero escozor en la garganta. El silencio invade la casa, por eso, cuando mira el reloj y ve la hora, pega un bote y sale corriendo. Tiene que avisar a Claudia de que ya son las ocho y va a llegar tarde al trabajo. Llega jadeante a la habitación de su hija, pero las únicas palabras que salen de su boca suenan así: —Miau miau miaaauuu. La chica, que no tiene muy buen despertar, todavía somnolienta lanza un grito: —¿Te has vuelto loca o qué? Por mucho que lo intente, todo lo que Laia consigue articular sigue siendo: —Miau miau miaaauuu. —Muy graciosa mamá. Ya vale. Deja ya la tontería, ¿quieres? Pero Laia sigue maullando sin parar, con el rostro contraído y un rubor que va subiendo de tono poco a poco. No sabe como detener ese lamento gatuno, que no reconoce como suyo, y la impotencia hace que sus ojos se nublen y una lágrima rueda por su mejilla, seguida de una segunda y una tercera que se convierte en una catarata de llanto imposi...