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Mostrando entradas de octubre, 2019

Traspasando los límites de la oportunidad

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Lo vi una mañana mientras iba caminando a la oficina. Tenía los ojos saltones, las orejas largas y caídas y un hocico que recordaba al de un burro, eso sí, de tamaño reducido. De su cuello pendía una placa con una palabra inscrita que debía ser su nombre, “Agus”. Su fealdad inspiraba una mezcla de compasión y ternura. Desde el escaparate parecía lanzar una mirada de desamparo pidiendo ser rescatado lo que me produjo un deseo irrefrenable de regalárselo a Elsa.  Mi mujer con tres hijos y yo con una hija, todos de anteriores matrimonios, habíamos acordado no tener descendencia. Así es que Agus, de alguna manera, se convirtió en el niño en común que nunca tuvimos, eso sí, con muchas menos obligaciones y responsabilidades. Su condición de ser inanimado le otorgaba grandes ventajas; no había que sacarlo a pasear o llevarlo al veterinario, y ni siquiera teníamos que alimentarlo.  A pesar de ser un peluche, Agus parecía tener vida propia. Tenía la virtud de aparecer siempre en los luga

Errores que se pagan caros

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—Y ¿a qué hora, dice usted que sucedió? —El inspector Romero golpea repetidamente el bloc de notas con el lápiz; poco amigo de las nuevas tecnologías, se resiste a abandonarlos.  —Pues, no sé, no estoy segura… no lo puedo recordar con claridad —balbucea Maruja entre sollozos—, serían las tres o tres y media. Yo no estaba para mirar el reloj, inspector . —Perdone que insista, señora Medina. Piénselo bien. Los detalles aquí son de suma importancia. Debemos revisar las cámaras de vídeo de la sucursal bancaria que está delante de su casa. Media hora parecerá poca cosa, pero no lo es. —Lo intento, inspector, lo intento —Maruja, recostada en la camilla de la ambulancia, suspira y continua hablando con voz entrecortada por el llanto—. A ver, salí del restaurante pasadas las dos de la madrugada, no era demasiado lejos, así es que debí llegar a casa en cuestión de media hora. Los ojos de Maruja se nublan de nuevo y  revive las imágenes  como si estuviera viendo una película

Fantasmas

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El agua de mar acaricia suavemente tus pies en un ir y venir rítmico. Tu mirada recorre despreocupadamente el horizonte y su lejanía te llena de una sensación de libertad que sabes tiene fecha de caducidad. Mañana deberás regresar a tu base, a esperar nuevo destino. Deseas que este día no acabe nunca, aislarte en tu interior y que nada perturbe tu tranquilidad. Y, entonces, lo ves. Al comienzo es algo no mayor que una bola de pin-pon. Luego se diría que es una boya a la deriva que aparece y desaparece siguiendo el movimiento de las olas. Sacas los prismáticos que siempre te acompañan en tus paseos y, cuando consigues enfocar bien, te das cuenta de la situación. Unos brazos se agitan en busca de un punto de salvación.  Dudas unos instantes. Antiguos fantasmas que creías olvidados parecen despertar de nuevo. Pero no hay tiempo que perder. No puedes escuchar los viejos temores. No. Ahora no.  Controlando tu miedo, te despojas de la ropa. El frío rasga tu piel. Aún así te sumerges. V

En la batalla

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Allí estaba, presidiendo la mesa del comedor como lo había hecho todos los treinta de diciembre de los últimos treinta años, una botella de coñac con la inscripción 1938 – 1969. Las imágenes, que yo trataba de olvidar, volvieron a mi mente. Un gesto que a mí se me había antojado insignificante me era recordado invariablemente todos los años en la misma fecha. Cuando le decía a García que ya era suficiente, que lo olvidara ya, su respuesta era siempre la misma: “tu me diste todo lo que tenías”. Yo tenía apenas veintidós años cuando tuvo lugar el “Alzamiento Nacional” al mando del General Franco. En esa época, la docencia como profesor auxiliar de la Escuela Industrial de Barcelona era lo único que llenaba mis días; vivía completamente alejado del mundo de la política. Aquella no era mi guerra, no deseaba combatir ni tampoco me sentía un valiente. Y aunque sabía que era complicado, traté por todos los medios de no verme envuelto en el conflicto fratricida. Solo lo conseguí durante

En el parque

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     Elena entr ó en el parque , acompañada de dos niños: una niña, Elsa, de unos tres años y un niño, Eric, que iba sentado en una sillita de bebé . Ambos eran rubios y tenían los ojos azules. Se dirigieron al área infantil donde había un grupo de niños jugando . Elsa echó a correr hacia los columpios y Elena se sent ó en un banco cercano con el bebé . Sacó un libro y se puso a leer; de vez en cuando levantaba la vista y la dirigía hacia donde estaba la niña.      E n un banco al otro lado de la zona de columpio s , un hombre ya mayor, vestido con un traje gris, una corbata azul y unos mocasines negros relucientes, c ontemplaba a los niño s . Parecía centrar su atención en la pequeña Elsa. En algún momento también dirigió su mirada hacia la madre de la niña. Al cabo de un rato , e l hombre se levantó y se encaminó hacia Elsa, que estaba columpiándose . Miró de reojo a E lena, que parecía est ar leyendo. S e volvió hacia la niña y le ofreció un caramelo.

Percepción extrasensorial

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     Después de una noche de extrañas visiones, tan aparentemente reales como increíbles, me desperté sobresaltado. Su imagen seguía nítida en mi cabeza. En ese estado de semi inconsciencia que sigue al momento en que se abren los ojos por primera vez, me sentía incapaz de discernir entre realidad y fantasía. Ahí estaba ella, sonriéndome. Su rostro se mostraba luminoso y transmitía una emoción difícil de plasmar en palabras. Levantó la mano derecha y la agitó a modo de saludo. Un instante después la imagen se desvaneció dejando en mi interior una sensación de pérdida.      No soy muy dado a soñar y menos aún a recordar los sueños, pero las sensaciones de ese amanecer eran vívidas e inquietantes  y yo me resistía a abandonar el sopor en el que me hallaba sumido.       ¿Cuándo nos habíamos visto por última vez? No lo recordaba con exactitud pero sin duda hacía mucho. Puede ser que desde mis tiempos de universitario. Después la vida me llevó por otros derroteros y me alejó de ell

Sombras y luces

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     Abro los ojos y todo es obscuridad a mi alrededor. Parpadeo. Intento frotarme los ojos pero no puedo.  Poco a poco empiezo a vislumbrar la tenue luz que se filtra a través de una puerta acristalada. Unas sombras se deslizan al otro lado como si de fantasmas se tratara.  Los párpados me pesan y un sopor insoportable me sume de nuevo en la obscuridad. El silencio se ve interrumpido por un zumbido sordo que se repite a intervalos, chas, chas, chas y me despierto. Siento que algo me oprime el brazo izquierdo. El zumbido se detiene y la presión en mi brazo cesa. Percibo un sonido de burbujas que me recuerda el bisbiseo de una botella de cava al ser descorchada.  Trato de moverme pero una sacudida de dolor me lo impide. De nuevo el sopor y la obscuridad, de nuevo el zumbido y las burbujas… Parezco haber entrado en un bucle que se va repitiendo sin cesar.       Cuando menos lo espero, la puerta se abre y una cara sonriente se me acerca y me dice en un susurro: “buenos días, ¿cóm