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Mostrando entradas de marzo, 2020

¿Bruja?

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Llovía y, aunque aún era temprano, la luz que se filtraba a través del pequeño ventanuco era escasa y mortecina. De vez en cuando el fulgor de un relámpago lo iluminaba todo por unos instantes y el ruido ensordecedor de los truenos hacía estremecer las gruesas paredes de la casona.  Las gotas de agua golpeaban con furia el tejado con un repiqueteo que resonaba por toda la estancia. En el centro, al calor de una hoguera de leña, Melisa parecía no percatarse de la tormenta y removía sin cesar el contenido del gran caldero que se hallaba sobre el fuego. Sólo le faltaban las hojitas de salvia que su amado Sancho le había prometido traer. Esperaba que todo su esfuerzo sirviera de remedio para los males de su padre. Mientras tanto, no muy lejos de allí unos jinetes, embozados y provistos de lanzas, cabalgaban al galope bajo el intenso aguacero. Se detuvieron ante la casa de Melisa y no pidieron permiso para entrar. Destrozando todo lo que hallaban a su paso, y al grito de  ¡bruja! ¡br

Otra mañana perdida

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Me miró fijamente, como si quisiera decirme algo, pero pasó de largo. De pronto se giró, volvió sobre sus pasos, me tocó en el hombro y dijo: —¿Tú sabes de qué va todo esto? —¿No lo sabes? —respondí, a la gallega—. Aquí es donde se conceden los permisos de residencia. —Ya, ya. ¿Pero es normal que haya tanta gente? Sin esperar mi respuesta siguió su camino y se situó en la cola de la ventanilla número seis, en la que había muy pocas personas. Yo estaba en la siete que, por el contrario, estaba muy concurrida. No podías elegir. Al entrar un celador te adjudicaba un número. Yo había llegado temprano y, sin embargo, el celador había decidido que me tocaba la ventanilla en la que había más gente. No sabía a qué respondía esta arbitrariedad. Se lo pregunté tímidamente pero me respondió con sequedad que no era asunto mío y que me limitara a ocupar mi sitio. Y allí estaba yo, intentando conservar la calma mientras la cola avanzaba con una lentitud exasperante. En cambio,

El banquero

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     Un grito aterrador rompe el silencio de la noche. Matías, que sufre de insomnio y pasa las noches escribiendo, levanta los ojos de la pantalla y detiene su tecleo incansable. Intenta aguzar el oído pero solo oye los ruidos apagados de la calle. A los pocos minutos, suena una sirena. Matías mira por la ventana y llega a tiempo de ver como un coche patrulla se detiene justo frente a su casa. Su curiosidad  hace que permanezca observando, a oscuras. Poco se imagina que está a punto de encontrar un buen final para ese relato inacabado que tiene. Suena otra sirena. Esta vez se trata de una ambulancia que se detiene a pocos metros del coche patrulla. Su mente de escritor empieza a fabular sobre lo que puede estar ocurriendo en la casa de enfrente. Primero salen los camilleros. En la camilla una cabellera larga y rubia le hace pensar en su vecina Maruja, pero no puede estar completamente seguro. Al poco aparecen dos policías. Llevan esposado a un hombre de mediana edad, delgado y

El proyecto

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—Buenos días. Son las ocho —dice la voz neutra del asistente, mientras entra en la habitación de Raimón y abre las cortinas. —Vale, vale. Puedes irte a prepararme el desayuno —contesta bostezando.  Después de una breve ducha Raimón entra en la cocina dispuesto a dar cuenta de lo que en un momento ha preparado su asistente: zumo de naranja, tostadas y una  humeante  taza de café con leche. —¿Te ha parecido bien el desayuno? —Sí, no estaba mal. No hace ni cinco minutos que Raimón se ha sentado frente al ordenador cuando la voz monótona del asistente vuelve a sonar: —Y esta noche, ¿qué querrás para cenar?  —¿Tengo que responderte ahora? La verdad es que no tengo ni idea. — Dímelo cuando lo sepas por favor. Empieza a cuestionarse si ha hecho bien aceptando el proyecto. Le pone nervioso tanta pregunta. Y todavía tiene para tres meses. Suspira resignadamente y mira por la ventana. El tiempo no ayuda a levantarle el ánimo. Hace dos semanas que el cielo está gris y

Fin de semana de relax

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Si lo prefieres,  clica aquí y disfrutarás de la versión en video. Narrador: Carlos Martinho, Actor Me habían dicho que no era lejos. Tenía que seguir el camino que iba al cementerio y, justo al llegar, desviarme a la derecha y seguir hasta el vivero. Pasado el vivero estaba el desvío que me llevaría a las cabañas. El único inconveniente era que se trataba de un sendero que sólo se podía recorrer a pie.  Revisé mi mochila para comprobar que tenía todo lo necesario: la linterna, la gorra para el sol, el protector solar, el traje de baño y, por supuesto, un par de mudas. Dejé mi coche en la estación de tren y comencé la caminata. Me tocaba hacer el recorrido en solitario porque un maldito informe de última hora no me había dejado salir de la oficina a la una como tenía previsto. Mis amigas ya debían haber llegado. Menos mal que ellas se ocupaban de las provisiones para el fin de semana. Era una vereda que transcurría por una zona boscosa bordeada de hayas y otros árbo