Jugando con fuego
Aitana era consciente de que no debería ir, pero Sandra, que desconocía su pasado oscuro, había insistido tanto que había acabado por aceptar. Y allí estaba ella con sus mejores galas. Le pareció una ocasión idónea para lucir el vestido de raso rojo que tenía abandonado en el armario y unos stilettos negros que no recordaba que fueran tan incómodos para caminar. Había peinado su melena castaña en un semirrecogido informal que dejaba al aire varios mechones. Cogió el bolso y se aseguró de que llevaba el DNI de su hermana. Cruzó los dedos, deseando que todo saliera bien. Cuando llegó Sandra, no pudo menos que lanzarle un silbido de admiración. No se había quedado atrás, el palabra de honor negro que lucía dejaba poco a la imaginación y su melena rubia seguía el ritmo de sus pasos. Se miraron y, casi al unísono, exclamaron: —¡Esta noche arrasamos! —y rompieron a reír a carcajadas. Entraron en el casino pisando fuerte y Aitana, sin verbalizarlo, pensó que hacía demasiado tiempo que