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Mostrando entradas de 2024

El cometa

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  Este relato es mi aportación al "Repte Literari Sant Jordi Urànic" organizado por el Centre Cívic Vil·la Urània de Barcelona con motivo de la festividad de Sant Jordi 2024  (Recopilación de los relatos presentados en este  enlace ) El cometa Lejos quedan las noches de verano en las que, cogido de la mano de mi abuelo, caminábamos por la playa y nos tumbábamos en la arena para contemplar las estrellas a nuestro antojo. Los mejores días eran aquellos en los que la luna nueva dejaba todo el protagonismo a los demás astros. Mi abuelo, que había sido marino, sabía leer el cielo como si fuera un libro abierto. Con paciencia me mostraba Venus, ese astro que parecía más brillante que los demás, pero que no titilaba, o la Osa Menor, con la estrella Polar que señala el norte, y en los cielos del mes de agosto si éramos afortunados, hasta podíamos ver la lluvia de estrellas de las perseidas. Ha pasado el tiempo y hoy soy yo quien guía a un grupo de niños de ocho años, que me rodean

El tiempo no lo cura todo

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  Su voz, todavía grave y potente, y su corpulencia física le conferían una autoridad que no dejaba lugar a dudas. Se impuso al griterío de los manifestantes, exclamando: “¡Justicia y libertad! Estos son nuestros principales derechos y los que nos servirán para conseguir salarios dignos.” Sus cabellos rizados, casi blancos, suavizaban la rotundidad de sus facciones de mandíbula cuadrada y nariz aguileña. Muchos años de lucha sindical habían hecho de él un líder experto, con una templanza de la que los más jóvenes carecían. Por eso, casi siempre era el interlocutor de los trabajadores en la mesa de negociación con la patronal de un sector de los más duros, el del carbón. Sabía que era objeto de sentimientos contrapuestos, amado y odiado, a la vez, y hasta envidiado por sus propios compañeros. También era consciente de que su enfrentamiento al poder del capital le garantizaba un buen número de enemigos, pero él parecía no temer a nada. De entre sus compañeros, sentía predilección por s

Crónica de un viaje atípico

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Imagina un viaje en el que todo va sobre ruedas, en el que visitas paisajes de una belleza extrema y disfrutas de puestas de sol inolvidables. Imagina que viajas con tu pareja en un 4x4 y dispones de los servicios exclusivos de un guía que, además, es un conductor experto capaz de solucionar cualquier eventualidad que se pueda presentar en el camino. Es imposible, ¿verdad? Una utopía. Al final algo tiene que torcerse. Impepinable Pues esto es lo que sucedió y, aunque se diga que a los narradores de historias nos gusta añadirles un poco de salsa, en este caso, cualquier tipo de aliño era del todo innecesario. Después de cuatro días de recorrer las desérticas y hermosas tierras de La Guajira, situadas al noreste de Colombia y bañadas por el mar Caribe, nos dirigimos a Palomino con el propósito de dar un merecido descanso a nuestros traqueteados esqueletos. Este es un pueblo costero muy turístico repleto de coloridos hospedajes, restaurantes y tiendas de artesanías. Abundan los chiringu

La amenaza

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  Sergei Kowalski era el último ingeniero en incorporarse a una de las Direcciones de Soporte de la NASA con menos glamour: la de protección de la Tierra. Y ello a pesar de la importancia de su finalidad, ya que, como su nombre indica, es la que se encarga del “monitoreo y protección del planeta Tierra de desastres naturales y otros eventos”. Nadie le prestaba demasiada atención y a él ya le iba bien. Era de los primeros en llegar a la oficina por la mañana y de los últimos en irse por las tardes. Además, era un estricto cumplidor de los protocolos establecidos, trabajaba sin hacerse notar demasiado y sabía a quién arrimarse para conseguir sus objetivos. En esos días, el foco principal de este organismo estaba puesto en la nueva expedición lunar que partiría de Cabo Cañaveral a finales del mes de mayo del año entrante; así es que la mayoría de científicos prestó menos atención de la debida al aviso de la dirección de protección de la Tierra que anunciaba que se había detectado un a

Selección de personal

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  —¿Qué ha pasado con la candidata que tenía que entrevistarse contigo hoy? La he visto salir casi llorando. —Simplemente, que no daba el perfil. —¿Cómo que no daba el perfil? ¿Qué quieres decir? A mí me pareció idónea cuando la entrevisté. Tiene todo lo que ha de tener una buena recepcionista y encima domina dos idiomas, sobre todo inglés, que lo habla como una nativa. —A ver, sí. Si no está mal del todo. Habla muy bien inglés y su francés es aceptable, pero su aspecto… Qué quieres que te diga, Carlos. No me parece la más adecuada para alguien que tiene que trabajar frente al público. —¿De qué me estás hablando, Martina? —Bueno, cómo te lo digo. Ya sabes que yo no tengo problema con la gente gordita, pero ¿has visto a esa chica? ¡Madre mía! ¡Vaya imagen íbamos a dar! —Claro que la he visto. Yo la entrevisté antes que tú, ¿recuerdas? Daríamos la mejor imagen del mundo. Una chica con criterio y una habilidad para tratar con la gente que no es fácil de encontrar. Y no solo

Amor al arte

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  Sus miradas se cruzaron por unos segundos. Los suficientes para que ella se diera cuenta de que él tenía los ojos verdes más trasparentes que había visto nunca. Él reparó en su melena larga y rizada de un negro intenso, casi azul. Ella fingió seguir enfrascada en la contemplación de uno de sus cuadros favoritos: La joven de la perla de Vermeer, pero lo cierto es que a partir de ese momento, aprovechó su transcurrir por las salas del museo Mauritshuis para observar a hurtadillas al dueño de los ojos hipnóticos. Él, mientras tanto, sacando partido de su altura, contemplaba los cuadros a una distancia suficiente para tener un amplio campo de visión que la incluyera a ella. Tarde o temprano sus ojos tropezaban de nuevo con la atractiva morena de pelo crespo. Como si se tratara de un radar, ella sentía sobre sus hombros el peso de la mirada del misterioso visitante, e intuía que seguía sus pasos a cierta distancia por todas las salas del museo. Hasta que una salida, demasiado estre

Perlas grises

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  Suena el timbre y Eloísa mira en dirección a la puerta, como si pudiera ver a través de ella. Está ocupada en ultimar los detalles del almuerzo que junto con su marido han organizado para celebrar sus bodas de plata con toda la familia. Piensa que este año va a ser diferente de los anteriores, pero lo será solo en parte. Cuando abre la puerta, un muchacho que no tendrá más de dieciséis años le entrega un ramo de rosas rojas, que como todos los 15 de diciembre, llega sin tarjeta. Sonríe y lo recoge. El chico le advierte: — Tenga cuidado, no se le vaya a caer la caja que hay en el centro. Sin contarlas, sabe que hay veinticinco rosas, pero le intriga este nuevo elemento y se pregunta cuál será su contenido. Duda entre abrir el estuche de terciopelo, también rojo, o esperar a que llegue Daniel. Al fin, la curiosidad le impulsa a abrirlo enseguida. Contempla fascinada el collar de perlas grises, con el que ha soñado desde niña y que le recuerda a su abuela. Sonríe al recordar lo el

El jilguero

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  El llanto de un bebé irrumpe en la noche, cuando todavía quedan un par de horas para que empiece a clarear. Marta, sin encender la luz, comprueba el reloj y palpa el otro lado de su cama que permanece vacío. Suspira y, con el gesto cansado de quien lleva demasiados días sin conseguir un sueño largo y reparador, ahora sí, enciende la lamparilla que hay sobre su mesita de noche y toma en brazos a la pequeña Inés que intensifica su llanto hasta que su madre empieza a amamantarla. Fuera, el gorjeo de un jilguero recuerda el canto de una nana. Poco a poco, a la mujer se le cierran los párpados de pura fatiga, mientras recuerda como comenzó todo. Marta y Rafa, después de varios años de convivencia, creen llegado el momento de traer un nuevo ser a sus vidas. Se dedican a la labor con entusiasmo e ilusión y planean todos los detalles. Desde la clínica donde nacerá la niña, la cuna donde dormirá, el cambiador, la silla, el cuco y hasta casi el jardín de infancia donde la llevarán cuando lle

Por encima del bien y del mal

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  Es mediodía, pero la hora es lo menos importante. Un hombre, con el pelo gris, vestido con pantalón granate y chaquetón caqui, camina por la Diagonal con la seguridad que le da ser de gran tamaño; mira hacia adelante, como si no le interesase nada de lo que hay a su alrededor. Ni siquiera la mujer menuda que camina a su lado, y a la que le cuesta seguir sus pasos. No sé qué relación los une, pero más por lo que no se ve que por lo que se ve, se diría que son un matrimonio con largos años de soportarse a sus espaldas. Yo voy en dirección contraria a ellos, así que los puedo observar con comodidad. Tampoco es que llamen mucho la atención, hasta que llegan al cruce con la calle Entenza. Mientras espero al otro lado a que cambie el color del semáforo, que nos retiene estáticos a la mayoría de viandantes, contemplo al hombre de chaquetón caqui y pelo gris que, en lugar de detener su marcha, sigue caminando, ignorando el semáforo en rojo como si él fuera intocable. La mujer menuda i

Hay que tener cuidado con lo que se pide

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  El reto no era fácil y yo, como estudiante de historia acostumbrado a mirar más hacia el pasado que al futuro, no sabía cómo abordarlo. Estaban poniendo a prueba nuestro ingenio y capacidad para encontrar ideas creativas. Algo que no estuviera ya inventado. El objetivo final era hallar nuevos métodos para poner fin a la escasez de agua que tenía a nuestro planeta al borde del colapso. Y entonces me acordé de las muchas maravillas que decían que podía conseguir la Inteligencia Artificial. Tengo que confesar que, aunque suene increíble, nunca la había utilizado antes. Pero mi deseo de superar con éxito el reto me animó a intentarlo. Por probar nada se perdía y no quería hacer el ridículo ante mis compañeros de clase. —Pregúntame cualquier cosa —me escribió ChatGPT en cuanto lo abrí. Mientras pensaba en cómo formular la pregunta, toqué el teclado sin querer y salió algo así: —PuXDk Eax Me partí de risa al ver la respuesta que no tardó en llegar, con emoji incluido. —Lo sient

Imaginación

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  —¡Eh, tú, hijoeputa ! ¿Es que hoy no se cena? —grita el preso de la celda 112. —¡Maldito imbécil! ¿Tienes complejo de pavo? ¿Acaso quieres engordar para la cena de acción de gracias? Para lo que te queda de estar en la trena, no necesitas tragar mucho —responde el carcelero entre risotadas. —Me queda lo que me queda. Y va a ser poco, pero porque me voy a largar y no por otra cosa, ¿me oyes? Me voy a librar porque yo no hice nada, ¡n-a-d-a! Y no me volverás a ver. —Mira, chaval, a mí me la sopla. Cuando tú te largues o te larguen, da igual, vendrá otro y luego otro y después otro más. Mi vida seguirá siendo la misma. El celador se aleja por el pasillo para regresar al cabo de unos minutos con una bandeja con la cena de Nelson, al que ya no permiten ir al comedor con el resto de presos. —Aunque eres como un grano en el culo y no te lo mereces, hoy te traigo algo especial de postre: donut s . — Si es que ya lo digo yo, eres un pendejo , pero tienes el corazón de un corderito .

Cape

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  Es lunes, pero no uno normal sino uno de esos que llaman festivos de libre elección, por lo que Cape no tiene cole y está en casa, tumbada en el sofá, viendo videos de Tiktok en su tablet . Mientras, su madre ya ha hecho las camas, acaba de tender la colada y se afana en preparar una cesta con varios táperes de comida, unas manzanas y hasta unas magdalenas horneadas por ella la tarde anterior. —¡Cape! ¡Deja la tablet de una vez y ven ahora mismo! —¡Jo, mamá! ¡Que estoy viendo un video muy interesante! —Sí, ya me imagino: Bud Bunny perreando o algo así —murmura entre dientes la mujer y alza la voz para decir—: me tengo que ir a trabajar así es que no me hagas perder el tiempo, Cape. Por fin, Cape deja caer la tablet en el sofá y se dirige a la cocina como si arrastrase un saco de cincuenta kilos. —¿Qué es eso tan importante y urgente? —hay un tono de insolencia en su forma de decirlo. La madre se seca el sudor de la frente con el dorso de la mano, suspira tratando de calmars