El jilguero

 


El llanto de un bebé irrumpe en la noche, cuando todavía quedan un par de horas para que empiece a clarear. Marta, sin encender la luz, comprueba el reloj y palpa el otro lado de su cama que permanece vacío. Suspira y, con el gesto cansado de quien lleva demasiados días sin conseguir un sueño largo y reparador, ahora sí, enciende la lamparilla que hay sobre su mesita de noche y toma en brazos a la pequeña Inés que intensifica su llanto hasta que su madre empieza a amamantarla. Fuera, el gorjeo de un jilguero recuerda el canto de una nana. Poco a poco, a la mujer se le cierran los párpados de pura fatiga, mientras recuerda como comenzó todo.

Marta y Rafa, después de varios años de convivencia, creen llegado el momento de traer un nuevo ser a sus vidas. Se dedican a la labor con entusiasmo e ilusión y planean todos los detalles. Desde la clínica donde nacerá la niña, la cuna donde dormirá, el cambiador, la silla, el cuco y hasta casi el jardín de infancia donde la llevarán cuando llegue el momento. También tienen pensado turnarse en el cuidado de la pequeña por las noches y repartirse los períodos de baja maternal para que ninguno de los dos tenga que dejar su trabajo por demasiado tiempo. Marta ha comprado un sacaleches que le servirá para preparar biberones de leche materna para cuando Rafa se haga cargo de la niña.

Además, la mujer, que lleva el gen del arte en las venas, se encarga de decorar la habitación de la bebé. La pinta con colores suaves, eso sí, evitando los clásicos rosa y azul. Dedica a esa tarea las tardes de los viernes y el sábado. Con la ventana abierta, para que no se concentren los vapores de la pintura, y mientras escucha su lista de canciones favoritas en Spotify, dibuja un arco iris que cruza la pared donde irá la cuna. La pintura es tan llamativa que no es raro ver a algún jilguero en el alféizar de la ventana coreando la música que suena.

El tiempo pasa con lentitud, a pesar de que Marta ha tenido suerte y las náuseas matutinas solo las ha padecido un par de meses. Durante la cena, la pareja sigue planeando su futuro.

—Ya tengo ganas de tener a nuestra hija en casa —dice Rafa con convencimiento.

—Yo tengo más ganas de que nazca que tú —responde ella con una sonrisa—. Ya no puedo más con esta barriga enorme que llega antes que yo a todas partes.

Inés acaba de cumplir dos meses y sigue reclamando alimento muy a menudo. No han pasado ni un par de horas desde la última toma cuando la luz de la habitación se enciende.

—¡Buenos días, cielo! Recojo una muda y apago la luz. Lo siento, pero hoy también llegaré tarde. Volvemos a tener aquí a los jefazos de Alemania y me toca ir de cena con ellos. Espero que se acabe pronto esta racha.

Rafa deposita un breve beso en los labios de su mujer y sale de la habitación sin acordarse de apagar la luz. En ese momento, sin saber por qué, Marta se da cuenta de que hace días que no oye el canto del jilguero.

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