La sombra del pasado

 


Como si fuera un día más, a pesar de que hoy es festivo, Dani se levanta justo dos minutos antes de que suene el despertador. Mira la hora, activa el sonido de su móvil que todas las noches pone en silencio, comprueba si han entrado mensajes y se levanta. Va al baño y, mientras deja correr el agua de la ducha -detesta las bañeras-, se mira en el espejo, se rasca la barba que, a pesar de ser escasa, él se empeña en lucir, saluda con un gesto a la imagen que le observa desde el otro lado y solo entonces se mete en la ducha, en una secuencia de movimientos heredados de su padre que repite día tras día

Hoy es un día especial porque, por primera vez desde que falleció su madre, va a ir a la playa. No ha sido capaz de volver, pero cuando su nueva amiga Laura, que en secreto espera que se convierta en algo más, le ha invitado a ir, no ha sido capaz de negarse.

A Laura le intriga más que le gusta Dani. Y por eso busca cualquier excusa para acercarse a él. No entiende cómo a ella, a quien nadie se le resiste, Dani no es capaz de decirle más de cuatro palabras seguidas, ni por qué pone ese gesto de sorpresa -quiere creer que no es de disgusto- cada vez que lo saluda con un beso en la mejilla como hace con todos sus amigos. Y se ha propuesto romper esa barrera invisible que lo rodea y averiguar lo que oculta.

Cuando llegan a la playa, Dani fija una mirada oscura en el mar. Laura cree que es de fascinación y le dice: “¿a que es una maravilla?”, pero él no la escucha. Su mente está muy lejos de allí, su respiración se vuelve fatigosa y no es capaz de insuflar en los pulmones todo el aire que necesitan. Un alud de recuerdos aflora y aunque intenta desecharlos, no puede evitar que se le humedezcan las mejillas.

Una mano se posa sobre su hombro y el chico no oculta sus lágrimas.

—No ha sido una buena idea. Lo siento. Vámonos a otro sitio y hablamos con tranquilidad.

Laura no pide explicaciones y Dani se lo agradece en silencio. No muy lejos de la playa hay un parque diminuto que a ella le gusta porque le trae recuerdos de la infancia. En el centro hay una terracita con varias mesas y un quiosco con bebidas. Eligen una y se sientan de espaldas al mar.

Poco a poco, Dani recupera la serenidad y su respiración vuelve a ser sosegada. Sabe que le debe una explicación a su amiga.

—Creí que podría soportarlo, pero ya ves. Me ha sido imposible. No sé cómo explicártelo, es complicado.

—Dani, tranquilo. No tienes que sentirte obligado a contarme nada. De verdad.

—Pero me gustaría hacerlo.

Y tras unos segundos consigue articular las palabras que arden en su interior.

—Yo soy el responsable de la muerte de mi madre.

Laura siente un pinchazo en el pecho que le hace dar un brinco, pero no atina a decir nada. Dani toma aire como quien se prepara para una apnea, exhala con lentitud y comienza a hablar.

—Yo tenía doce años y estábamos pasando unos días en un pueblo de Cádiz. Mi padre se había quedado en el apartamento porque tenía que preparar un informe para su jefe. Mientras, mi madre, mi hermano y yo fuimos a la playa. El mar estaba un poco revuelto y, aunque mi madre me pidió que no me alejara de la orilla, me fui dejando llevar por las olas. Cuando quise volver no conseguía salir. Mi madre, que no era buena nadadora, se dio cuenta y se lanzó para salvarme. Yo me agarré a ella con fuerza y, claro, lo que hice fue hundirla. Con mucho esfuerzo, un socorrista logró sacarnos, pero para mi madre fue demasiado tarde. Yo nunca he podido perdonármelo.

Las lágrimas fluyen sin control en los rostros de los dos amigos. Laura abraza a Dani y susurra a su oído palabras de consuelo.

Imagen de Enrique en Pixabay


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