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Mostrando entradas de noviembre, 2023

Sanación

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  Levanta unos milímetros la cortina, lo suficiente para ver sin ser visto cómo anda la cosa en el patio de butacas, y mueve la cabeza de un lado a otro con gesto de preocupación porque ve muchos asientos vacíos. Demasiados, a pesar de que sabe que todavía faltan veinte minutos para que se abra el telón y que a la gente le encanta llegar con el tiempo justo. Aunque ha repasado el monólogo hasta la saciedad, hay algo que le chirría y no acaba de saber qué es. Esta mañana, cuando se lo ha leído a su mujer por enésima vez, ella no ha esbozado ni una leve sonrisa justo en ese fragmento que tendría que haberle hecho reír a carcajadas. No importa que ella le haya asegurado que era porque ya lo tenía muy oído y había perdido el factor sorpresa. Da vueltas en el pequeño espacio que usa como camerino; se mira en el espejo para comprobar su maquillaje y le pide a la esteticista que se lo retoque porque, según él, le ha colocado demasiado rubor en las mejillas. Vuelve al escenario y la

Misterio

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  No falla. Es miércoles y son las siete de la tarde. Por mucho que lo llamo y lo tiento con sus galletas favoritas, no se digna contestarme. Ya me tiene harto. Y es que la escenita se repite todas las semanas sin faltar una. Lo busco por toda la casa; por mirar, miro incluso en el garaje y debajo del coche, hasta que me aburro y pienso que cuando tenga hambre aparecerá por algún lado. No me queda más remedio que relajarme, porque, hasta que no oiga las nueve campanadas en la torre de la iglesia, no va a aparecer. Pero hoy, he llegado al límite de mi resistencia. Se acabó. Si lo que pretende es llamar la atención, lo tiene claro. Yo ni caso, ya se cansará. Pero luego llega mi mujer y la muy boba se preocupa y casi que se pone a llorar. Bueno, eso solo lo hizo el primer día; ahora ya se va acostumbrando a estas ausencias. —Vamos a tener que llevarlo al psicólogo —me dice, como si se estuviera acabando el mundo. —¡Lo que faltaba! —dejo ir, casi entre dientes—. Pero, mujer, si debe

Destino

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Después de tanto tiempo, Mauricio casi ha olvidado la razón que provocó el alejamiento de su hijo. Claro que oponerse a que se casara con aquella mujer que le llevaba quince años, cuando él acababa de cumplir los veinte, complicó las cosas entre ellos dos. Y es que, al enviudar, se sintió perdido y nunca halló la forma de tratarlo como lo hacía ella. Lo cierto es que la relación padre e hijo se fue enfriando, y ahora ya hace diez años desde la última vez que se vieron. Fue terco y nunca quiso dar el primer paso, convencido de que su hijo tarde o temprano acudiría a él. Por su parte Ramiro, con el transcurso de los años, fue comprendiendo que algo de razón tenía su padre. Que aunque él se creía perdidamente enamorado de Eloísa, la verdad era que ser objeto del amor de una mujer “madura” le hacía sentirse importante y deslumbrado, porque, en realidad, no era ni demasiado guapa ni brillante. Algunos amigos de Mauricio comentaban su relación por lo bajini y la comparaban con la de la ca

Podría haber sido peor

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Tanto me habían insistido Alex y David que al final me habían convencido. Iría a ver el clásico en el Camp Nou: un Barça-Madrid que prometía ser de lo más movidito. Poder estar con ellos en el córner norte me había costado la mitad de mi sueldo, es un decir, pero no importaba, la entrada ya estaba en mi bolsillo todavía calentita. Unas tres horas antes del partido, nos encontramos en el Bar Stadio, para así tener tiempo de picar algo, tomarnos unas cervezas y llegar de los primeros. Como es habitual en estas ocasiones, las colas en los diferentes accesos rodeaban el campo y avanzaban a la velocidad de un oso perezoso. Nos dirigimos a la puerta veinte, que era la nuestra. El ambiente era desbordante. Pululaban las banderas de los contrincantes y los seguidores lanzaban vítores a sus respectivos equipos. La organización había tenido la precaución de asignar zonas diferentes a las aficiones y así evitar encontronazos. Nos faltaban pocos metros para llegar a nuestra entrada cuando un gu