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Mostrando entradas de febrero, 2024

Amor al arte

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  Sus miradas se cruzaron por unos segundos. Los suficientes para que ella se diera cuenta de que él tenía los ojos verdes más trasparentes que había visto nunca. Él reparó en su melena larga y rizada de un negro intenso, casi azul. Ella fingió seguir enfrascada en la contemplación de uno de sus cuadros favoritos: La joven de la perla de Vermeer, pero lo cierto es que a partir de ese momento, aprovechó su transcurrir por las salas del museo Mauritshuis para observar a hurtadillas al dueño de los ojos hipnóticos. Él, mientras tanto, sacando partido de su altura, contemplaba los cuadros a una distancia suficiente para tener un amplio campo de visión que la incluyera a ella. Tarde o temprano sus ojos tropezaban de nuevo con la atractiva morena de pelo crespo. Como si se tratara de un radar, ella sentía sobre sus hombros el peso de la mirada del misterioso visitante, e intuía que seguía sus pasos a cierta distancia por todas las salas del museo. Hasta que una salida, demasiado estre

Perlas grises

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  Suena el timbre y Eloísa mira en dirección a la puerta, como si pudiera ver a través de ella. Está ocupada en ultimar los detalles del almuerzo que junto con su marido han organizado para celebrar sus bodas de plata con toda la familia. Piensa que este año va a ser diferente de los anteriores, pero lo será solo en parte. Cuando abre la puerta, un muchacho que no tendrá más de dieciséis años le entrega un ramo de rosas rojas, que como todos los 15 de diciembre, llega sin tarjeta. Sonríe y lo recoge. El chico le advierte: — Tenga cuidado, no se le vaya a caer la caja que hay en el centro. Sin contarlas, sabe que hay veinticinco rosas, pero le intriga este nuevo elemento y se pregunta cuál será su contenido. Duda entre abrir el estuche de terciopelo, también rojo, o esperar a que llegue Daniel. Al fin, la curiosidad le impulsa a abrirlo enseguida. Contempla fascinada el collar de perlas grises, con el que ha soñado desde niña y que le recuerda a su abuela. Sonríe al recordar lo el

El jilguero

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  El llanto de un bebé irrumpe en la noche, cuando todavía quedan un par de horas para que empiece a clarear. Marta, sin encender la luz, comprueba el reloj y palpa el otro lado de su cama que permanece vacío. Suspira y, con el gesto cansado de quien lleva demasiados días sin conseguir un sueño largo y reparador, ahora sí, enciende la lamparilla que hay sobre su mesita de noche y toma en brazos a la pequeña Inés que intensifica su llanto hasta que su madre empieza a amamantarla. Fuera, el gorjeo de un jilguero recuerda el canto de una nana. Poco a poco, a la mujer se le cierran los párpados de pura fatiga, mientras recuerda como comenzó todo. Marta y Rafa, después de varios años de convivencia, creen llegado el momento de traer un nuevo ser a sus vidas. Se dedican a la labor con entusiasmo e ilusión y planean todos los detalles. Desde la clínica donde nacerá la niña, la cuna donde dormirá, el cambiador, la silla, el cuco y hasta casi el jardín de infancia donde la llevarán cuando lle

Por encima del bien y del mal

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  Es mediodía, pero la hora es lo menos importante. Un hombre, con el pelo gris, vestido con pantalón granate y chaquetón caqui, camina por la Diagonal con la seguridad que le da ser de gran tamaño; mira hacia adelante, como si no le interesase nada de lo que hay a su alrededor. Ni siquiera la mujer menuda que camina a su lado, y a la que le cuesta seguir sus pasos. No sé qué relación los une, pero más por lo que no se ve que por lo que se ve, se diría que son un matrimonio con largos años de soportarse a sus espaldas. Yo voy en dirección contraria a ellos, así que los puedo observar con comodidad. Tampoco es que llamen mucho la atención, hasta que llegan al cruce con la calle Entenza. Mientras espero al otro lado a que cambie el color del semáforo, que nos retiene estáticos a la mayoría de viandantes, contemplo al hombre de chaquetón caqui y pelo gris que, en lugar de detener su marcha, sigue caminando, ignorando el semáforo en rojo como si él fuera intocable. La mujer menuda i