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Mostrando entradas de abril, 2024

¿Celos o envidia?

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  El verano estaba en su apogeo y yo me sentía feliz por cómo transcurrían mis vacaciones. Aunque pasaba por esa etapa de transición en la que eres demasiado mayor para algunas cosas y demasiado pequeña para otras, por fin había conseguido tener mi propio grupo de amigos. Eso sí, con la intervención de mis padres, ya que dos de las chicas eran hijas de unos conocidos de ellos. Y es que, a pesar de que tenía y tengo seis hermanos, por edad no encajaba con ninguno, ni por arriba ni por abajo. El hecho de estar en un pueblo de playa pequeño, por aquel entonces no demasiado turístico, me proporcionaba cierta libertad de movimientos y eso me hacía sentir casi adulta con mis recién estrenados catorce años. Con mis nuevos amigos, podía disfrutar de largos paseos por la playa, ir a bucear, ir a coger mejillones, acudir a las sesiones de cine al aire libre por la noche y hasta participar en los primeros guateques de mi vida. Nunca olvidaré el momento. Ese día estaba deseando que llegara la

El cometa

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  Este relato es mi aportación al "Repte Literari Sant Jordi Urànic" organizado por el Centre Cívic Vil·la Urània de Barcelona con motivo de la festividad de Sant Jordi 2024  (Recopilación de los relatos presentados en este  enlace ) El cometa Lejos quedan las noches de verano en las que, cogido de la mano de mi abuelo, caminábamos por la playa y nos tumbábamos en la arena para contemplar las estrellas a nuestro antojo. Los mejores días eran aquellos en los que la luna nueva dejaba todo el protagonismo a los demás astros. Mi abuelo, que había sido marino, sabía leer el cielo como si fuera un libro abierto. Con paciencia me mostraba Venus, ese astro que parecía más brillante que los demás, pero que no titilaba, o la Osa Menor, con la estrella Polar que señala el norte, y en los cielos del mes de agosto si éramos afortunados, hasta podíamos ver la lluvia de estrellas de las perseidas. Ha pasado el tiempo y hoy soy yo quien guía a un grupo de niños de ocho años, que me rodean

El tiempo no lo cura todo

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  Su voz, todavía grave y potente, y su corpulencia física le conferían una autoridad que no dejaba lugar a dudas. Se impuso al griterío de los manifestantes, exclamando: “¡Justicia y libertad! Estos son nuestros principales derechos y los que nos servirán para conseguir salarios dignos.” Sus cabellos rizados, casi blancos, suavizaban la rotundidad de sus facciones de mandíbula cuadrada y nariz aguileña. Muchos años de lucha sindical habían hecho de él un líder experto, con una templanza de la que los más jóvenes carecían. Por eso, casi siempre era el interlocutor de los trabajadores en la mesa de negociación con la patronal de un sector de los más duros, el del carbón. Sabía que era objeto de sentimientos contrapuestos, amado y odiado, a la vez, y hasta envidiado por sus propios compañeros. También era consciente de que su enfrentamiento al poder del capital le garantizaba un buen número de enemigos, pero él parecía no temer a nada. De entre sus compañeros, sentía predilección por s