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Mostrando entradas de mayo, 2021

El color de la vida puede cambiar

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  Apartó el visillo beige que cubría la ventana del salón y dirigió su mirada al edificio de enfrente. Tras la contraventana marrón, que quedaba dos pisos más abajo que el suyo, se ocultaba la única visión que le proporcionaba un poco de alegría. Miró el reloj de madera de castaño del salón que marcaba las ocho y veinticinco. Ya no tardaría en abrirse la ventana, pensó. Fuera la penumbra había comenzado a cubrir las calles y las acacias y los plataneros anunciaban el final del verano con sus hojas que empezaban a lucir tonos parduscos. Alberto cogió los prismáticos para poder observar a la mujer de la ventana marrón. La vio desprenderse con parsimonia de las prendas que vestían su cuerpo hasta dejarlo con una lencería mínima. Después, con una rapidez que Alberto maldijo en su interior, se enfundó en un exiguo vestido color canela y desapareció de su ángulo de visión. Hacía ya tres años del accidente que le condenó a permanecer unido a un aparato de diálisis tres días por semana.

La vida en un trapecio

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  Naciste bajo la carpa de un circo y, quizás por eso, nunca supiste lo que era el miedo . Tus primeros recuerdos están en lo alto de un trapecio en brazos de tu padre cuando tu madre, ocupada en ensayar los juegos malabares de su número, te confiaba a su cuidado. En sus brazos te sentías seguro. Con menos de seis años empezaste a acompañarlo durante los ensayos y no te perdías ni uno solo de sus movimientos. Te hipnotizaba verle realizar la misma rutina cada día. Primero, revisar una a una las cuerdas y las barras de los trapecios hasta asegurarse de que se hallaban firmemente sujetas. Después, repasar anilla a anilla, enganche a enganche, los arneses que utilizaba en los ensayos y las redes de protección. Por último, ejecutar el calentamiento que le permitiría realizar con destreza y precisión sus ejercicios en el aire. Siempre te repetía que conseguir esa precisión era fundamental en las acrobacias. Cualquier pequeña desviación podía malograr la pirueta o, lo que era peor, p

Encontrando inspiración

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  Este rincón es mi favorito para escribir. A una hora en la que la mayoría de los mortales están en sus centros de trabajo, yo puedo darme el lujo, si se puede decir así considerando lo que me cuesta llegar a final de mes, de estar en una terracita, bajo la semisombra de los árboles y con una paz que sería impensable un fin de semana. Para variar, comparten mesa conmigo mis fieles compañeros: un café y mi PC. He escrito apenas cinco o seis líneas, cuando una mujer a la que nadie podría dejar de mirar por el color chillón de su vestido, se sienta en la mesa de al lado. No quiero que mi concentración se vaya al traste y disimuladamente giro mi asiento para cambiar de ángulo de visión. Mi nueva tranquilidad dura poco. Llega un hombre maduro, con el pelo engominado y aires de superioridad, que toma asiento al lado de la señora. La pareja inicia una conversación que poco a poco va subiendo de volumen. Mi curiosidad de escritor voyeur se pone en funcionamiento y sin dejar de mirar al tec

¿Justicia?

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  Los párpados me pesaban y, aunque yo quería abrir los ojos, no podía. Intenté mover las manos y solo los dedos de la mano izquierda me obedecieron; la mano derecha me pesaba demasiado. Después de varios intentos, conseguí mantener los ojos abiertos pero sin entender lo que veía. Una voz suave me hablaba y yo era incapaz de comprender sus palabras. No sé cuánto tiempo permanecí en ese estado de semiinconsciencia. Hasta que escuchar mi nombre, "María María", me hizo reaccionar. Poco a poco pude enfocar la mirada y, al verla, mi dolorido cuerpo se sintió confortado. Por fin sabía lo que me impedía mover la mano izquierda. Mi madre, la tenía atrapada entre las suyas como si tuviera miedo de que me escapase. Me entristeció ver que su rostro, que yo recordaba fresco y sonrosado, era ahora macilento y tenía grandes surcos bajo los ojos. —Mamá mamá. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estoy aquí? — susurré y a mi madre se le humedeció la mirada. —Hija, ¡por fin abres los ojos! Esp