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Mostrando entradas de enero, 2020

Desayunando

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Isla Barú, Cartagena de Indias, Colombia Claudia mira a su alrededor con cara de aburrimiento mientras espera que Roberto, su marido, regrese del bufet libre. Y, de nuevo, aparece la mujer de blanco. Es la tercera vez que la ve pasar; ahora, con unos vasos de zumo. Claudia no puede evitar seguirla con la mirada. Lleva un vestido largo, semitransparente, que dejar ver perfectamente su esbelta figura y su mínimo bikini. Se dirige a una mesa, donde la espera un hombre con dos niños pequeños.  —¿La has visto? —dice cuando ve acercarse a su marido.  —¿Que si he visto qué? —responde Roberto distraídamente. —No qué, más bien quién. ¿A quién va a ser? A la engreída esa del traje blanco abierto hasta el ombligo. Roberto, aunque ya sabe a quién se refiere, disimula, se gira y mira en torno suyo. El restaurante del hotel es grande y está a rebosar. Aún así no tarda en volver a ver a la llamativa mujer que ha atraído la atención de su esposa. —¡Vaya bellezón! —¡Podrías ser

El último viaje de mi abuelo

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—¡Hola! ¿Que no me ves? —era el saludo que, para nuestro regocijo, oíamos nada más entrar en casa de mis abuelos. La cosa no tendría nada de especial de no ser porque el que así celebraba nuestra presencia era, ni más ni menos, un loro. Sí, un loro de hermoso plumaje multicolor que mi abuelo había traído de uno de sus últimos viajes a bordo de una de las fragatas de la Marina española de la que era oficial.  Ésta y otras muchas vivencias quedaron fijadas en mi mente infantil y ahora acuden a mí  de forma desordenada. Hoy recuerdo la figura de mi abuelo, una persona entrañable que la vida me arrebató demasiado pronto y que siempre estaba disponible para enseñarte a leer, pasear contigo, contarte alguna historia o, simplemente estar a tu lado.  Tengo muy grabado en la memoria, un día de otoño en el que yo corría y jugaba con mis compañeras de clase en el patio del Colegio. Como es normal,  entre risas y gritos, organizábamos un gran revuelo. Yo, que tenía once años, disfruta

El reto

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Muelle de El Tinto - Huelva Desde el primer momento pensé que quería ese puesto. Sin duda alguna estaba hecho para mí. Yo reunía todas las condiciones; era joven -pero no demasiado-, tenía la formación adecuada, no me asustaban los retos y estaba dispuesto a cualquier sacrificio con tal de conseguir mi meta. Ya me imaginaba ocupando ese despacho con grandes ventanales, una mesa redonda para reuniones y situado en la planta noble de las oficinas. Así es que, sin perder tiempo, me presenté en Recursos Humanos.  —Teresa, —le dije— sé que estáis buscando a alguien para la Dirección. Por favor considera mi candidatura. Estoy muy interesado. Aquí te traigo mi currículo actualizado. Teresa, mirándome por encima de las gafas con cara de sorpresa, me respondió: —Tranquilo Pedro, lo tendré en cuenta pero ten presente que no vas a ser el único interesado. Y tendrás que hacer todas las pruebas y entrevistas como uno más. Por supuesto que no sería el único, pero seguro que e

El relato

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Atardecer en Isla Providencia, Colombia      María paseaba inquieta arriba y abajo por el salón de la casa que compartía con su hermano, Víctor, después del fallecimiento de su madre. Tenía que escribir un relato para entregarlo al día siguiente y no sabía cómo empezar. El viento que se filtraba por las rendijas de la ventana, y que anunciaba tormenta, no le ayudaba a concentrarse. De repente, interrumpió su paseo y se dirigió a su mesa de trabajo. Sentada ante el ordenador miraba, sin ver, la pantalla en blanco; sus manos descansaban sobre el teclado. ¿Dónde estaban las ideas? Sumida en sus pensamientos recorría los rincones de su mente, esos a los que nadie más que ella tenía acceso. Poco a poco sus dedos empezaron a teclear y las palabras empezaron a asomar, primero con timidez, luego a una velocidad de vértigo.        En el fragor de la tormenta que había acabado por estallar, María oyó la voz de Víctor que parecía hablarle desde muy lejos:      —María, ¿no oyes la ala