El reto




Muelle de El Tinto - Huelva


Desde el primer momento pensé que quería ese puesto. Sin duda alguna estaba hecho para mí. Yo reunía todas las condiciones; era joven -pero no demasiado-, tenía la formación adecuada, no me asustaban los retos y estaba dispuesto a cualquier sacrificio con tal de conseguir mi meta. Ya me imaginaba ocupando ese despacho con grandes ventanales, una mesa redonda para reuniones y situado en la planta noble de las oficinas. Así es que, sin perder tiempo, me presenté en Recursos Humanos. 

—Teresa, —le dije— sé que estáis buscando a alguien para la Dirección. Por favor considera mi candidatura. Estoy muy interesado. Aquí te traigo mi currículo actualizado.

Teresa, mirándome por encima de las gafas con cara de sorpresa, me respondió:

—Tranquilo Pedro, lo tendré en cuenta pero ten presente que no vas a ser el único interesado. Y tendrás que hacer todas las pruebas y entrevistas como uno más.

Por supuesto que no sería el único, pero seguro que era el mejor. O eso pensaba yo. Así pues, puse manos a la obra y comencé a prepararme para alcanzar mi meta.  La selección comenzó  al cabo de dos semanas y yo fui superando las diferentes etapas con buenos resultados. Todo parecía ir sobre ruedas.  Estaba eufórico a pesar de la tensión a la que estaba siendo sometido.

Un día, tras superar una de las entrevistas, y mientras intentaba reanudar el informe que me había solicitado mi jefa, la pantalla de mi ordenador pareció cobrar vida propia, las letras empezaron a desplazarse a derecha e izquierda desordenadamente,  las palabras se disolvían como terrones de azúcar en el café y había estrellas de colores  bailando a mi alrededor. No podía fijar la mirada. No sé cuánto tiempo duró esa visión surrealista pero recuerdo que, de repente, todo se obscureció a mi alrededor. También sé que trataba de hablar pero no conseguía articular ninguna palabra. Y luego…, nada.

Cuando por fin recobré la consciencia, estaba conectado a un montón de tubos y cables. Tuve la sensación de estar en el interior de una pecera sin agua, con luz mortecina y rodeado de pantallas con gráficos de colores. Miré a mi alrededor y vi que una cara asustada se inclinaba sobre mí y me susurraba: 

—Pedro, Pedro, ¡por fin! ¡Vaya susto nos has dado! ¿Cómo te sientes?. 

Intenté contestar pero mi boca no emitió ningún sonido.

Al parecer me había pasado una semana en coma. Me dijeron que había tenido un ictus aunque por suerte había llegado al hospital con rapidez por lo que no tendría grandes secuelas. A pesar de entender lo que me decían seguía sin poder comunicarme verbalmente. En los días siguientes se confirmó que tendría que volver a aprender a hablar. El mundo se me vino encima. Sentí que me desmoronaba, que todo se acababa para mí; ya no lograría el cargo por el que tanto había luchado. Lloré desconsoladamente.

La recuperación fue lenta y muy dura. Recuerdo largos meses de tinieblas y soledad. Cada letra, cada palabra que mi garganta conseguía pronunciar era fruto de largas horas de terapia, dolor y lágrimas. Poco a poco logré ir saliendo de aquel pozo oscuro del que creía que nunca iba a salir. Tuve mucho tiempo para reflexionar y cuestionar el rumbo de mi existencia. Me di cuenta de que mi camino, si no errado, no era el más adecuado. Sentí que un nuevo yo despertaba en mi interior. Lo que hasta entonces había sido una prioridad para mí poco a poco dejaba de serlo. Por primera vez empezaba a disfrutar de las pequeñas cosas. Hoy miro hacia atrás y agradezco a la vida la oportunidad que me dio de replantearme mis valores y objetivos. 



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Comentarios

  1. Suele ocurrir más a menudo de lo que la gente piensa, por eso conviene meditar antes sobre la vida.
    Buen relato cargado de mensajes.
    Un saludo.
    Manuel Cado

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    Respuestas
    1. Sí, es cierto, Manuel. Un tiempo después de haberlo escrito, viví un caso muy cercano. Y estas cosas te cambian el rumbo de la vida.

      ¡Muchas gracias por tu tiempo y tu comentario!

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