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El tiempo no lo cura todo

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  Su voz, todavía grave y potente, y su corpulencia física le conferían una autoridad que no dejaba lugar a dudas. Se impuso al griterío de los manifestantes, exclamando: “¡Justicia y libertad! Estos son nuestros principales derechos y los que nos servirán para conseguir salarios dignos.” Sus cabellos rizados, casi blancos, suavizaban la rotundidad de sus facciones de mandíbula cuadrada y nariz aguileña. Muchos años de lucha sindical habían hecho de él un líder experto, con una templanza de la que los más jóvenes carecían. Por eso, casi siempre era el interlocutor de los trabajadores en la mesa de negociación con la patronal de un sector de los más duros, el del carbón. Sabía que era objeto de sentimientos contrapuestos, amado y odiado, a la vez, y hasta envidiado por sus propios compañeros. También era consciente de que su enfrentamiento al poder del capital le garantizaba un buen número de enemigos, pero él parecía no temer a nada. De entre sus compañeros, sentía predilección por s

Crónica de un viaje atípico

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Imagina un viaje en el que todo va sobre ruedas, en el que visitas paisajes de una belleza extrema y disfrutas de puestas de sol inolvidables. Imagina que viajas con tu pareja en un 4x4 y dispones de los servicios exclusivos de un guía que, además, es un conductor experto capaz de solucionar cualquier eventualidad que se pueda presentar en el camino. Es imposible, ¿verdad? Una utopía. Al final algo tiene que torcerse. Impepinable Pues esto es lo que sucedió y, aunque se diga que a los narradores de historias nos gusta añadirles un poco de salsa, en este caso, cualquier tipo de aliño era del todo innecesario. Después de cuatro días de recorrer las desérticas y hermosas tierras de La Guajira, situadas al noreste de Colombia y bañadas por el mar Caribe, nos dirigimos a Palomino con el propósito de dar un merecido descanso a nuestros traqueteados esqueletos. Este es un pueblo costero muy turístico repleto de coloridos hospedajes, restaurantes y tiendas de artesanías. Abundan los chiringu

La amenaza

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  Sergei Kowalski era el último ingeniero en incorporarse a una de las Direcciones de Soporte de la NASA con menos glamour: la de protección de la Tierra. Y ello a pesar de la importancia de su finalidad, ya que, como su nombre indica, es la que se encarga del “monitoreo y protección del planeta Tierra de desastres naturales y otros eventos”. Nadie le prestaba demasiada atención y a él ya le iba bien. Era de los primeros en llegar a la oficina por la mañana y de los últimos en irse por las tardes. Además, era un estricto cumplidor de los protocolos establecidos, trabajaba sin hacerse notar demasiado y sabía a quién arrimarse para conseguir sus objetivos. En esos días, el foco principal de este organismo estaba puesto en la nueva expedición lunar que partiría de Cabo Cañaveral a finales del mes de mayo del año entrante; así es que la mayoría de científicos prestó menos atención de la debida al aviso de la dirección de protección de la Tierra que anunciaba que se había detectado un a

Selección de personal

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  —¿Qué ha pasado con la candidata que tenía que entrevistarse contigo hoy? La he visto salir casi llorando. —Simplemente, que no daba el perfil. —¿Cómo que no daba el perfil? ¿Qué quieres decir? A mí me pareció idónea cuando la entrevisté. Tiene todo lo que ha de tener una buena recepcionista y encima domina dos idiomas, sobre todo inglés, que lo habla como una nativa. —A ver, sí. Si no está mal del todo. Habla muy bien inglés y su francés es aceptable, pero su aspecto… Qué quieres que te diga, Carlos. No me parece la más adecuada para alguien que tiene que trabajar frente al público. —¿De qué me estás hablando, Martina? —Bueno, cómo te lo digo. Ya sabes que yo no tengo problema con la gente gordita, pero ¿has visto a esa chica? ¡Madre mía! ¡Vaya imagen íbamos a dar! —Claro que la he visto. Yo la entrevisté antes que tú, ¿recuerdas? Daríamos la mejor imagen del mundo. Una chica con criterio y una habilidad para tratar con la gente que no es fácil de encontrar. Y no solo

Amor al arte

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  Sus miradas se cruzaron por unos segundos. Los suficientes para que ella se diera cuenta de que él tenía los ojos verdes más trasparentes que había visto nunca. Él reparó en su melena larga y rizada de un negro intenso, casi azul. Ella fingió seguir enfrascada en la contemplación de uno de sus cuadros favoritos: La joven de la perla de Vermeer, pero lo cierto es que a partir de ese momento, aprovechó su transcurrir por las salas del museo Mauritshuis para observar a hurtadillas al dueño de los ojos hipnóticos. Él, mientras tanto, sacando partido de su altura, contemplaba los cuadros a una distancia suficiente para tener un amplio campo de visión que la incluyera a ella. Tarde o temprano sus ojos tropezaban de nuevo con la atractiva morena de pelo crespo. Como si se tratara de un radar, ella sentía sobre sus hombros el peso de la mirada del misterioso visitante, e intuía que seguía sus pasos a cierta distancia por todas las salas del museo. Hasta que una salida, demasiado estre

Perlas grises

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  Suena el timbre y Eloísa mira en dirección a la puerta, como si pudiera ver a través de ella. Está ocupada en ultimar los detalles del almuerzo que junto con su marido han organizado para celebrar sus bodas de plata con toda la familia. Piensa que este año va a ser diferente de los anteriores, pero lo será solo en parte. Cuando abre la puerta, un muchacho que no tendrá más de dieciséis años le entrega un ramo de rosas rojas, que como todos los 15 de diciembre, llega sin tarjeta. Sonríe y lo recoge. El chico le advierte: — Tenga cuidado, no se le vaya a caer la caja que hay en el centro. Sin contarlas, sabe que hay veinticinco rosas, pero le intriga este nuevo elemento y se pregunta cuál será su contenido. Duda entre abrir el estuche de terciopelo, también rojo, o esperar a que llegue Daniel. Al fin, la curiosidad le impulsa a abrirlo enseguida. Contempla fascinada el collar de perlas grises, con el que ha soñado desde niña y que le recuerda a su abuela. Sonríe al recordar lo el

El jilguero

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  El llanto de un bebé irrumpe en la noche, cuando todavía quedan un par de horas para que empiece a clarear. Marta, sin encender la luz, comprueba el reloj y palpa el otro lado de su cama que permanece vacío. Suspira y, con el gesto cansado de quien lleva demasiados días sin conseguir un sueño largo y reparador, ahora sí, enciende la lamparilla que hay sobre su mesita de noche y toma en brazos a la pequeña Inés que intensifica su llanto hasta que su madre empieza a amamantarla. Fuera, el gorjeo de un jilguero recuerda el canto de una nana. Poco a poco, a la mujer se le cierran los párpados de pura fatiga, mientras recuerda como comenzó todo. Marta y Rafa, después de varios años de convivencia, creen llegado el momento de traer un nuevo ser a sus vidas. Se dedican a la labor con entusiasmo e ilusión y planean todos los detalles. Desde la clínica donde nacerá la niña, la cuna donde dormirá, el cambiador, la silla, el cuco y hasta casi el jardín de infancia donde la llevarán cuando lle