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Mostrando entradas de noviembre, 2019

Sueños rotos

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     Sara vive en un mundo de fantasía. Sumergida en sus ensoñaciones, recrea las experiencias que desearía ver traspasadas al mundo real; son muchas y muy variadas, pero una de ellas se ha convertido en algo recurrente.      La calidez de la mañana es una excusa perfecta para asomarse al exterior y ella, apoyada en el alféizar de su ventana, contempla la otra, la que está justo frente a la suya, al otro lado de la calle. Pero hoy no lo ve. Cierra los ojos y recrea su imagen: su pelo liso y rubio, la mirada profunda de sus ojos grises, en la que quisiera perderse. Y lo que más le fascina: sus manos de pianista con dedos largos y ágiles. Lo imagina deslizando sus dedos por las teclas blancas y negras y dedicándole a ella, solo a ella, la más dulce de las melodías.      La voz de su madre, rompe el hechizo del momento. La esperan con el desayuno en la mesa. Se sienta y, sin más preámbulo, les dice a sus padres:      —Ya sé lo que quiero hacer. Voy a estudiar música y seré una pia

El sobrino

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—¡¡¡No, no y no!!! ¡Ni hablar! —Dice rotundamente—. ¡Ni por todo el oro del mundo! Ya te lo he explicado. —¿Por qué, María? ¿Porque se trata de mi sobrino y no del tuyo? —replica él sorprendido ante el tono airado de María. Ella lo mira con una mezcla de incredulidad y rabia: ¿es posible que después de haberlo hablado millones de veces él no sea capaz de comprender las razones de su negativa? Ramón es una persona de ideas fijas pero esta vez no piensa dar su brazo a torcer. Esta vez no.  —No Ramón, no. La cosa no cambiaría si fuera un sobrino mío. Pero parece que tú prefieres pensar lo contrario. —¿Sabes qué te digo? Que estoy harto de que siempre se tenga que hacer tu santa voluntad. En esta ocasión no voy a ceder. —¿Mi santa voluntad? ¿Pero que estás diciendo?  — María levanta la voz y adopta ese tonito chillón que tanto saca de quicio a su marido. —¡No me grites! ¡A mí no me grites!  Las voces van aumentando de volumen, pero es tarde y ambos tienen que acudir

Naturaleza inquietante

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Aeropuerto de Capurganá Andrea y Rodrigo estaban pasando unos días de descanso en una playa paradisíaca del Caribe colombiano, Capurganá, una pequeñísima población rodeada de selva a la que solo se puede acceder en lancha o avioneta. Tendidos en la arena a la sombra de un cocotero, se relajaban a ritmo de vallenato después de una excursión en canoa que los había dejado exhaustos.  Era la hora en que los muchachos del pueblo, una vez finalizada la escuela, se acercaban a la playa tratando de vender a los turistas sus propias excursiones y, así, conseguir algo de dinero. Un muchacho espigado y oscuro como el chocolate les abordó haciéndoles una curiosa pregunta: —Hola, me llamo Washington  ¿Y…, ustedes cuándo es que van a ir al cielo? —Espero que lo más tarde posible —respondió Andrea de inmediato con desconcierto. —¿Pero, por qué? Si es un lugar muy lindo, ¡fíjense que le llaman “El Cielo”! Por veinte mil pesitos yo les llevo cuando quieran. No se van a arrepentir. El

Cuando el pasado te persigue

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Ignoro si lo que se contaba es cierto. Nunca he podido verificarlo, pero quiero creer que no hay nadie capaz de inventarse unos hechos tan graves. Lo cierto es que fue una de las primeras cosas que me explicaron cuando me nombraron Directora de la  fábrica  de Segovia.  Era una planta pequeña, dedicada a la confección de pantalones tejanos, o “jeans” como les llamábamos en el argot interno. Daba trabajo a un centenar de personas, entre patronistas, cortadores, cosedoras y personal administrativo. Algunos de los empleados llevaban trabajando allí más de quince años. En cierto modo era como una gran familia y, como en toda familia, habían cotilleos, rencillas, noviazgos, divorcios y algún que otro lío no confesado.  El protagonista de la historia, que corría de boca en boca, era el Encargado de Compras. Se llamaba Ernesto y gestionaba el aprovisionamiento de todos los complementos necesarios para la elaboración de las prendas.  Era eficiente y organizado en su trabajo pero, contr