El sobrino
—¡¡¡No, no y no!!! ¡Ni hablar! —Dice rotundamente—. ¡Ni por todo el oro del mundo! Ya te lo he explicado.
—¿Por qué, María? ¿Porque se trata de mi sobrino y no del tuyo? —replica él sorprendido ante el tono airado de María.
Ella lo mira con una mezcla de incredulidad y rabia: ¿es posible que después de haberlo hablado millones de veces él no sea capaz de comprender las razones de su negativa? Ramón es una persona de ideas fijas pero esta vez no piensa dar su brazo a torcer. Esta vez no.
—No Ramón, no. La cosa no cambiaría si fuera un sobrino mío. Pero parece que tú prefieres pensar lo contrario.
—¿Sabes qué te digo? Que estoy harto de que siempre se tenga que hacer tu santa voluntad. En esta ocasión no voy a ceder.
—¿Mi santa voluntad? ¿Pero que estás diciendo? —María levanta la voz y adopta ese tonito chillón que tanto saca de quicio a su marido.
—¡No me grites! ¡A mí no me grites!
Las voces van aumentando de volumen, pero es tarde y ambos tienen que acudir a sus respectivas ocupaciones. Deciden dejar para más tarde la discusión. Ramón sale dando un portazo que retumba por toda la casa y murmurando con acritud:
—Ya hablaremos por la noche.
Pocos minutos después María, aún a sabiendas de que él ya no está y no puede oírlo, golpea con fuerza la puerta. Está indignada. Siempre ha sido paciente con las cosas de Ramón y ese “gran corazón” que lo convierte en una especie de buen samaritano incapaz de negarse a cualquier favor, y ella… ella siempre acaba cediendo.
Por la noche, Ramón parece más taciturno que de costumbre. El malhumor no le ha abandonado en todo el día. Lanza una mirada furiosa a su esposa y, sin más saludo, le dice:
—Ya está decidido María, el chaval llegará dentro de un mes. Ya le he conseguido plaza en el instituto. ¡Me da igual si no estás de acuerdo!
Para sorpresa de Ramón, María lo mira con una fría sonrisa y le espeta:
—Perfecto, no hay problema.
Ramón, incrédulo, se gira para poder verle la cara y descubre un extraño fulgor en su mirada. Hay algo que no encaja, algo que le hace sentirse incómodo. Aún así intenta parecer sereno y contesta:
—¿En serio? Creía que estabas en contra…
Pasan los días y la calma parece haberse restablecido en el hogar. Pero es una calma tensa, no han vuelto a hablar de la próxima visita. Una noche, cuando falta menos de una semana para la fecha señalada, Ramón la ve recogiendo sus cosas y preparando una maleta.
—¿Qué estás haciendo? ¿De qué va esto? —le pregunta. Su rostro refleja la ansiedad que siente crecer en su interior.
Ella, con fingida tranquilidad, lo mira y dice:
—Me voy una temporada Ramón. ¿Recuerdas aquel Máster que siempre había querido hacer en Londres? Pues bien, ha llegado el momento de hacerlo.
Tu realismo social tan nítido y fluido como siempre, Mariángeles. Las relaciones de pareja, ceder y empujar, inevitables tensiones que limar para acercarse, volverse a enredar y vuelta a empezar. Desde esta perspectiva son un coñazo, la verdad, jajaja.
ResponderEliminar¡Gracias, Javier! Bueno, las relaciones no son siempre así. A veces las cosas fluyen y las parejas se entienden. ;)
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