Cuando el pasado te persigue



Ignoro si lo que se contaba es cierto. Nunca he podido verificarlo, pero quiero creer que no hay nadie capaz de inventarse unos hechos tan graves. Lo cierto es que fue una de las primeras cosas que me explicaron cuando me nombraron Directora de la  fábrica  de Segovia. 

Era una planta pequeña, dedicada a la confección de pantalones tejanos, o “jeans” como les llamábamos en el argot interno. Daba trabajo a un centenar de personas, entre patronistas, cortadores, cosedoras y personal administrativo. Algunos de los empleados llevaban trabajando allí más de quince años. En cierto modo era como una gran familia y, como en toda familia, habían cotilleos, rencillas, noviazgos, divorcios y algún que otro lío no confesado. 

El protagonista de la historia, que corría de boca en boca, era el Encargado de Compras. Se llamaba Ernesto y gestionaba el aprovisionamiento de todos los complementos necesarios para la elaboración de las prendas.  Era eficiente y organizado en su trabajo pero, contrariamente a lo que su rostro agraciado y sus ojos verdes sugerían, era una persona introvertida y de carácter tosco. 


De familia conflictiva, con un padre alcohólico y una madre ausente, Ernest, que era su verdadero nombre, había tenido una infancia desgraciada. Por aquel entonces, vivía en Alemania, su país natal. No tendría más de veinte años cuando se unió a un grupo de extrema derecha. El clan, como ellos se autodenominaban, estaba formado principalmente por chicos muy jóvenes, alguno casi adolescente, con padres adinerados y demasiado ocupados para estar al tanto de lo que hacían sus hijos. La pertenencia al grupo le hizo sentirse importante por primera vez en su vida, al tiempo que le proporcionó una vía de escape para toda la ira que había acumulado durante los años de su infancia y adolescencia. 

Los fines de semana transcurrían en lo que se convirtió en una rutina. Se reunían en una taberna y bebían sin medida  para envalentonarse, luego salían a la caza de algún incauto. Sus principales objetivos eran los mendigos, los inmigrantes, los gays y alguna que otra adolescente. Les insultaban, se mofaban de ellos, les obligaban a gritar consignas nazis y, en ocasiones, acababan golpeándolos salvajemente. 

En una de estas salidas, el alcohol se mezcló con las drogas y perdieron la poca cordura que les quedaba. Ese día, la “elegida” fue una joven que tuvo la mala suerte de cruzarse en su camino en el peor momento.  La chica, que no tendría más de quince años, intentó esquivarlos y trató de escapar. Pero fue inútil. Ernest, a quien las drogas habían convertido en un animal feroz, la atrapó con rapidez. La sujetó con fuerza por el cuello y empezó a sacudirla violentamente.  La chica se quedó sin respiración y cayó desvanecida. El golpe de su cabeza al chocar contra el asfalto retumbó como el tañido de una campana.  Al verla tendida inmóvil en el suelo, les entró el pánico y huyeron dejándola abandonada a su suerte. 

Días más tarde supieron por la prensa que la muchacha, a pesar de haber sido trasladada de urgencias al hospital, no se había recuperado del grave traumatismo craneal y había fallecido a las pocas horas.

Siguieron tiempos de esconderse y dejar de lado las cacerías callejeras. Mientras, los días iban transcurriendo con aparente calma; ignoraban que una cámara de seguridad de la zona había grabado toda la escena. En las imágenes quedaba claro quién era el responsable de la muerte de la joven. La policía los detuvo a todos y Ernest fue condenado por homicidio.

Años después, una vez cumplida la pena de cárcel que le impusieron, Ernest decidió abandonar su país natal con la esperanza de dejar atrás un pasado delictivo que pendía como una losa sobre él.


Y, ahora, allí estaba a punto de entrar en mi despacho para ponerme al día de las últimas incidencias. Yo pensaba mantener la objetividad y no dejarme llevar por unas circunstancias que, de ser reales, pertenecían a una etapa ya lejana de su vida. 




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Comentarios

  1. Esa es nuestra bella Colombia, con lugares mágicos que para llegar a ellos a veces no hay muchas comodidades, pero el tener el privilegio de verlos paga todos las incomodidades sufridas.

    Cómo siempre escribes muy bien. Besos!

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  2. Muchas gracias Carmen Lucía!! Se tenía que notar la influencia de Colombia en mi vida que no es poca.
    Besos y saludos a todos en especial a tu mami.

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  3. Cuesta ser objetivos, no es justo que una persona arrastre toda su vida una equivocación puntual con mal desenlace.
    Buen relato.

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    1. ¡Muchas gracias! Ciertamente. No es fácil ser objetivos siempre pero deberíamos.

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  4. Estupenda narración. El precio hay que pagarlo, desde luego, pero ¿hasta cuándo? Soy de los que piensan que todos merecemos una segunda oportunidad. En el relato planteas la situación desde la objetividad que el caso merece, pero no es nada fácil no tener prejuicios con un exconvicto homicida. Y nazi, para más inri...

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    1. Muchas gracias, Javier. Tienes toda la razón. Es una situación difícil y ser objetivo cuesta mucho. Es fácil dejarse llevar por los prejuicios.

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