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Mostrando entradas de diciembre, 2019

La verbena

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Fulgencio se mira en el espejo. Quiere estar deslumbrante. Se coloca su mejor traje y hasta se pone pajarita. Se peina de medio lado tratando de disimular su calvicie. Se perfuma. De nuevo le surgen dudas y temores y piensa en los lejanos días en los que era incansable, en los que podía disfrutar de largas noches de amor con su Paquita y al día siguiente, tan fresco, madrugaba y se iba a trabajar. Piensa: “los años no perdonan”. Ahora está solo y se pregunta “¿por qué sigues sintiendo la punzada del deseo si el cuerpo no te responde?” Bartolo, su compañero de habitación, que lo observa en silencio mientras se acicala, al final no puede más y le dice: —Fulgen, ¿qué te crees, que vas a una boda o qué? Que solo es una verbena, ya ves tú. Con los de todos los días. —Bartolo, es que, ¿sabes? Creo que me he enamorado. Pero estoy nervioso, ya no me acuerdo de cómo se conquista a una chica. Además, si la cosa va a más yo no sé si voy a poder… funcionar. —Vaya, vaya —Bartolo pon

Despertar belicoso

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Iglesia de Cajicá, Cundinamarca, Colombia Suena la campana de la iglesia. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… Me giro remolonamente en la cama. No. No tengo que levantarme. Todavía no. Hoy es domingo, el día amarillo. Sí, todos los días tienen su color y el domingo resplandece como el oro. Abro los ojos, parpadeo y por fin puedo ver con claridad la luz que se filtra a través de las rendijas de mi ventana. Me recuerda los mechones rubios de una princesa de cuentos de hadas. Dejo pasar el tiempo mientras me sumerjo en mis ensoñaciones que me llevan a una playa del Caribe de arenas doradas donde me dejo mecer por las olas, a bordo de un catamarán de velas de color ocre. De repente, una música estridente me arranca con violencia de mi paraíso imaginario. Me levanto abro la ventana y allí está él. En el edificio de enfrente, con un maillot ridículo y amarillento; pedaleando frenéticamente en una bicicleta estática mientras suena a todo volumen una canción machacona. Miro el

La mochila verde

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Con aire despreocupado pero con sus dotes de observación en guardia, el hombre se dirige al mostrador de facturación del aeropuerto. Aguarda unos minutos a que le toque el turno y, mientras, continúa mirando atentamente a su alrededor. Por fin le llega su vez pero la expresión de su cara se ha modificado. Es algo muy sutil que solamente alguien que lo conociera mucho sabría captar. —Mire señorita, escúcheme atentamente. —Por supuesto señor, ¿lleva maleta? —Eso ahora es irrelevante. Es una situación de extrema gravedad. Alguien tiene que detener al joven de la mochila verde. —Lo lamento señor yo sólo puedo ayudarle a hacer el chek-in. Este es un vuelo que va Lisboa. ¿Va usted a Lisboa? Coloque su maleta en la báscula, por favor. —Señorita —insiste el caballero—, lo importante ahora es que ese joven no acceda al área de embarque. La azafata comienza a perder la paciencia y aunque intenta ser amable, no puede evitar cierto tono de irritación en sus palabras. —¡Seño

Ojos Grises

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     Un gran resplandor iluminó la habitación. Por unos instantes pareció que era de día. Apenas unos segundos más tarde un trueno sonó con gran estruendo. Silvia decidió cambiar su bonita americana beige por una amplia gabardina. Cogió el paraguas y salió de casa con gesto de disgusto. Unos negros nubarrones se cernían sobre las cabezas de los peatones. La lluvia no se hizo esperar, descargando con fuerza  toda su furia. El viento doblaba las copas de los árboles y la calle quedó desierta en pocos segundos.       Silvia se refugió en la cafetería que había frente a su casa, maldiciendo por tener que salir justo ese día. Pero se había comprometido. No podía fallarle a Gustavo, que le había pedido que le substituyera en su clase de salsa. Su mirada iba del reloj a la ventana alternativamente, mientras tomaba un café que le ayudaría a mantenerse despierta. Por fin, después de unos minutos que se le hicieron interminables, parecía que la lluvia perdía intensidad. Aunque todavía se

Puro Teatro

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Una vez más se dijo a sí misma que con el comienzo del nuevo curso empezaría una nueva vida. Se había acabado eso de no hacer nada. Esta vez no sólo se iba a inscribir a un curso. Esta vez asistiría y se emplearía a fondo en la tarea.  Hojeó con interés los folletos de los diferentes Centros Cívicos y se sintió particularmente interesada en dos actividades bien distintas: la cocina y el teatro. ¡Ah sí! ¡Éste sería su año! Por fin empezaría a hacer teatro o a cocinar como una chef de primera categoría. Sin saber muy bien por qué, después de una breve reflexión, se decantó por el curso de teatro. Mientras procedía a la inscripción online, ya se veía en el escenario de un gran teatro representando ni más ni menos que a Electra. Explicó a todas sus amigas lo interesante que iba a ser ese curso de interpretación teatral que iba a iniciarse en pocos días.  Pero una cosa son los sueños y los buenos propósitos, y otra muy distinta las realidades, y Joana no iba a escapar tan fácilment