La mochila verde


Con aire despreocupado pero con sus dotes de observación en guardia, el hombre se dirige al mostrador de facturación del aeropuerto. Aguarda unos minutos a que le toque el turno y, mientras, continúa mirando atentamente a su alrededor. Por fin le llega su vez pero la expresión de su cara se ha modificado. Es algo muy sutil que solamente alguien que lo conociera mucho sabría captar.

—Mire señorita, escúcheme atentamente.

—Por supuesto señor, ¿lleva maleta?

—Eso ahora es irrelevante. Es una situación de extrema gravedad. Alguien tiene que detener al joven de la mochila verde.

—Lo lamento señor yo sólo puedo ayudarle a hacer el chek-in. Este es un vuelo que va Lisboa. ¿Va usted a Lisboa? Coloque su maleta en la báscula, por favor.

—Señorita —insiste el caballero—, lo importante ahora es que ese joven no acceda al área de embarque.

La azafata comienza a perder la paciencia y aunque intenta ser amable, no puede evitar cierto tono de irritación en sus palabras.

—¡Señor, estoy aquí para facturar, no para arreglar el mundo!

—Me parece que no estoy siendo lo suficientemente claro: esto es una emergencia, ¿cómo quiere que se lo diga? Avise a su superior, pero sin perder el tiempo o será demasiado tarde.

—¿Demasiado tarde para qué, si puede saberse? ¡Mire la cola que se está formando! ¡Si no quiere facturar no es mi problema! ¡Hágase a un lado y deje de molestar, por Dios!

—¡Baje la voz, señorita! —exclama mostrando con discreción su placa de policía—. Aquí puede ver mi identificación oficial. Estoy fuera de servicio pero no tengo más remedio que intervenir. Está a punto de producirse un atentado. Trate de serenarse y no muestre nerviosismo. Y por favor, ¡sonría!

—¡Oh, Dios mío! —contesta ella con cara de terror— Lo siento. Si me lo hubiera dicho antes no hubiéramos perdido tanto tiempo. Trataré de ayudarle en lo que necesite. Dígame, ¿qué sucede? ¿qué quiere que haga yo?

—Al final de esta cola hay un joven, alto rubio con barba, que lleva una mochila verde. No mire. Tengo motivos para creer que lleva explosivos. Búsquese la excusa que quiera pero no le entregue la tarjeta de embarque bajo ningún concepto. Hemos de impedir que coja ese avión. Yo iré a buscar refuerzos.

—Pero, pero, pero señor, ¿y qué le voy a decir? ¿Y si me amenaza? 

—¡Invéntese lo que quiera, que se acaba el mundo, que se han estropeado los ordenadores…! ¡Yo que sé! ¡Tengo que irme ya!

—¡Señor! Se olvida su tarjeta de embarque. 

Pero él ya no puede oírla.

De repente la zona se llena de policías. En el mostrador la señorita encargada de facturación discute acaloradamente con el joven de la mochila verde. El joven abre la mochila y, mientras aparenta buscar algo en su interior, varios cilindros de color marrón caen aparatosamente y ruedan por el suelo. En ellos se puede leer con claridad: “Chocolate Factory”.
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