La verbena
Fulgencio se mira en el espejo. Quiere estar deslumbrante. Se coloca su mejor traje y hasta se pone pajarita. Se peina de medio lado tratando de disimular su calvicie. Se perfuma. De nuevo le surgen dudas y temores y piensa en los lejanos días en los que era incansable, en los que podía disfrutar de largas noches de amor con su Paquita y al día siguiente, tan fresco, madrugaba y se iba a trabajar. Piensa: “los años no perdonan”. Ahora está solo y se pregunta “¿por qué sigues sintiendo la punzada del deseo si el cuerpo no te responde?”
Bartolo, su compañero de habitación, que lo observa en silencio mientras se acicala, al final no puede más y le dice:
—Fulgen, ¿qué te crees, que vas a una boda o qué? Que solo es una verbena, ya ves tú. Con los de todos los días.
—Bartolo, es que, ¿sabes? Creo que me he enamorado. Pero estoy nervioso, ya no me acuerdo de cómo se conquista a una chica. Además, si la cosa va a más yo no sé si voy a poder… funcionar.
—Vaya, vaya —Bartolo pone cara de pícaro—, ¿no será de Gertrudis? Porque chica, chica no sé yo, ¿eh? Je je je. Y oye, ¿no crees que vas muy de prisa? Pero bueno, tengo un amigo que tiene de esas pastillas azules. Yo no las he probado, pero él dice que van muy bien. Le podemos pedir una, si quieres. Je je je.
—Pues has acertado, ¿tanto se me nota? Es Gertrudis. Con esa cabellera plateada y su sonrisa permanente en los labios me trae loco. Y tiene unos pechos grandes, redondos que me muero por acariciar. Me hago el encontradizo con ella y le rozo el brazo así, como sin querer. Y, ella no lo retira. Me mira y sonríe.
Llega el momento de bajar al comedor de la residencia donde se celebrará el festejo y los dos amigos se reúnen con sus otros compañeros. El ambiente es alegre y los ancianos parecen colegiales ilusionados. Es una verbena casi como las de siempre, con coca, serpentinas y música. Eso sí, los refrescos sin azúcar sustituyen al tradicional cava.
Suena un pasodoble y Fulgencio se dirige vacilante a Gertrudis que está al otro extremo de la sala y la invita a bailar. Ella, coqueta, se hace la remolona pero al final acepta y lo acompaña al centro de la improvisada pista de baile.
Comienzan a moverse torpemente intentando seguir el ritmo de la música. Fulgencio, tímido, intenta acercarse a ella y abrazarla. Ella estira el brazo, y lo rechaza con energía.
—Oye Fulgen, que no estoy para pamplinas. A mí no me vengas con esas que te veo venir.
El rubor cubre las mejillas de Fulgencio, que empieza a tartamudear:
—¿Pe pe pero q q q qué dices Gertru? No sé a qué te refieres. Sólo estoy bailando.
Gertrudis no baja la guardia y mantiene el brazo estirado contra el pecho de Fulgencio. Como solía hacer en las fiestas del pueblo cuando era joven. Los chicos querían aprovechar los bailes para acercarse lo más posible a las chicas y besarlas.
Finaliza el pasodoble y Gertrudis parece relajarse. Sonríe y recupera la coquetería para preguntarle a Fulgencio con su mejor sonrisa:
—Oye Fulgen, ¿me presentas a tu nuevo compañero de habitación? Ese chico de ojos grises. Nunca he hablado con él. Me parece muy atractivo.
Esto es más de lo que Fulgencio puede soportar. Balbucea unas palabras ininteligibles y desaparece.
Pobre Fulgencio :D
ResponderEliminarEsperemos que la próxima vez tenga mejor suerte...
EliminarGracias por leer y comentar.
Pobre Fulgencio, con la ilusión que tenía. Precioso y encantador relato.
ResponderEliminarMuchas gracias, José Miguel! Esperemos que Fulgencio tenga una segunda oportunidad
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