Hurgando en el pasado
Hace varios meses que Mariajo y Vicky no se ven. Por una razón o por otra nunca encuentran el momento para reunirse. Cuando por fin lo hacen se dicen que será la oportunidad para ponerse al día de las últimas novedades, cotilleos incluidos. Pero lo cierto es que la nostalgia se cuela en su conversación y les da por recordar los momentos compartidos hace ya demasiados años.
—¿Te acuerdas de los fiestones que organizaba Pancho en su casa? —dice Vicky con mirada nostálgica.
—¡Vaya! Eso eran fiestas y lo demás son tonterías. Siempre me he preguntado cómo se las apañó para que no lo echaran del edificio.
—Yo tampoco lo entiendo. Más de una vez nos daban las ocho de la mañana en pleno bailoteo. Y hablando de baile, ¿te acuerdas de Esmeralda?
—Como para olvidarse de ella. Sin ser guapa, era resultona y llamativa.
—¡Y tanto! Claro que el color de su piel y su corte de pelo estilo Grace Jones por sí solos ya llamaban la atención.
—¡Y cómo bailaba samba la tía! Parecía recién salida de un sambódromo. Ya me hubiera gustado saberlo hacer la mitad de bien. Por no hablar del vestuario que nos gastaba la niña: colorido y espectacular. Claro que si yo me hubiera vestido así, hubiera parecido que iba disfrazada. A Esmeralda las extravagancias le quedaban de cine. Muy exótica la chica.
—Sí, tan exótica como mentirosa… —suelta Vicky dando un giro inesperado a la conversación.
—Bueno, a ver, es cierto que vivía un poco en un mundo de fantasía. Se hacía sus películas, pero yo creo que no es que mintiera, sino que se las creía. Disfrutaba exagerándolo todo con un aplomo envidiable, eso sí, sin hacer daño a nadie —responde Mariajo que es consciente de la imaginación de Esmeralda.
—Si solo fuera eso… Yo la pillé en alguna muy gorda. Como aquella vez que nos habló de una amiga suya que se estaba muriendo. Después nos hartamos de ver a la moribunda en el pub brasileño al que íbamos, siempre pegándole a las caipiriñas.
—Exageró un poco, sí. Pero lo cierto fue que esa chica estuvo muy enferma.
A Mariajo le gustaría cambiar de tema, pero Vicky sigue insistiendo.
—¿Recuerdas que siempre hablaba de un tío, que se supone que estaba enamoradísimo de ella, que además de estar forrado se iba a casar con ella y al que nunca conocimos?
—Ahora que lo dices, sí. Hubo una época en la que hablaba siempre de un novio que, por un motivo u otro, nunca podía acompañarla a nuestras salidas.
—No es que no pudiera venir, Mariajo. Es que era pura fantasía. El tío existía solo en su mente.
Mariajo mira sorprendida a su amiga. No puede creer que todavía no sepa lo que ocurrió en realidad. Duda si decirle todo lo que sabe y, al final, responde:
—Ahí te equivocas. El tío era real, lo sé de buena tinta. Creo que se llamaba Claudio y no aparecía por ningún lado por un motivo muy simple: estaba casado y Esmeralda no lo sabía.
—¡Qué casualidad! Mi ex se llama José Claudio —susurra Vicky como hablando consigo misma, y al decirlo su rostro dibuja una mueca extraña. Acaba de darse cuenta de algo que nunca había querido admitir.
Marijo suspira como quien se quita un peso de encima.
—¡Por fin has abierto los ojos!
Imagen de atelierlouisecostume en Pixabay
Comentarios
Publicar un comentario