Recordando a mi abuela
Ella era toda una dama. Tenía una elegancia natural y un aire distinguido que la hacía diferente a todas las mujeres de su edad. Sus ojos de color azul intenso evocaban la serenidad de un mar en calma. Su cabello era plateado y largo; lo llevaba recogido en un sencillo moño que la acompañó hasta sus últimos días. Siempre iba vestida con tonos grises en su más variada gama y, en ocasiones, algún blanco. Evitaba vestir de negro porque le parecía demasiado triste.
Aunque la vida no fue fácil para ella, había sabido sobreponerse a todos los cambios de ciudad, las enfermedades, los contratiempos y hasta a una guerra civil con serenidad y valentía. A pesar de la aparente fragilidad que le confería su delgadez, era una mujer fuerte pero de carácter dulce y afectuoso.
Cuando falleció mi abuelo, ella vino a vivir con nosotros. Sobrellevaba su viudedad con gran entereza y sin que el dolor hiciera desaparecer la sonrisa de su hermoso rostro. Éramos un batallón de nietos que siempre la rodeábamos esperando escuchar sus historias y sus canciones. Nos trataba a todos con sencillez y cariño y siempre tenía tiempo para ayudarnos en nuestros pequeños problemas. Nunca le vimos un gesto de fastidio o de enfado.
Recuerdo un día que quedó grabado en mi corazón como queda marcado el mármol bajo el cincel del artista. Fue un sábado de mayo, la primavera estaba en pleno esplendor y la calidez del aire invitaba a pasear. Ella, siguiendo su costumbre, madrugó para ir a la iglesia. Yo aprovechaba para holgazanear y disfrutar del tibio sol de la mañana en el jardín. Como todos los fines de semana esperábamos a que regresara para desayunar todos juntos. Pero ese día ella parecía retrasarse más de lo habitual. Al comienzo no le dimos importancia. “Habrá aprovechado para hacer unas compras”, decía mi madre. ”Ya sabéis lo que le gusta traeros chucherías”, añadió mi padre. Pero ella no llegaba. Poco a poco nos fue invadiendo un sentimiento de angustia. Mis padres intentaban aparentar tranquilidad pero el rictus de preocupación de sus caras desmentía su aparente calma. En esos momentos fue como si el tiempo se detuviera y nada de lo que ocurría a nuestro alrededor parecía real. Decidimos ir en su busca y recorrer todas las calles y callejones del barrio, los parques, las tiendas y todos los rincones que se nos ocurrieron pero sin éxito. La inquietud fue creciendo en nuestro interior y ya nadie disimulaba la ansiedad creciente que su desaparición nos estaba causando. Finalmente no nos quedó más remedio que recluirnos esperando que se produjera un milagro.
Serían ya alrededor de las tres de la tarde cuando sonó el timbre. Acudimos en tropel a abrir la puerta y allí estaba ella con aire ausente y bastante azorada. ”¿Me puedo quedar con vosotros? No he podido encontrar las llaves de mi casa, el abuelo no me abría la puerta y no sabía dónde ir”, susurró. No conseguimos averiguar dónde había pasado todas esas horas pero las cosas empezaron a cambiar a partir de aquel día. Al comienzo sólo fueron episodios esporádicos, luego de forma lenta y progresiva su mente nos fue abandonando retrocediendo hasta los días de su infancia.
Está me ha gustado mucho...Es la bisa no? La recuerdo perfectamente.
ResponderEliminarEl final me puso los pelos de punta.
Sí, el comienzo es la figura de la bisa. El final ya es más un recuerdo de lo que le pasó a mi madre. Por suerte, la bisa estuvo lúcida hasta el final de sus días.
ResponderEliminarClaro, ahora entiendo a la bisa la recuerdo muy lúcida.
EliminarSí. Lo era. Un beso
EliminarMe encanta!
ResponderEliminarMuchas gracias!!!
EliminarOich. ¡Cuánta ternura! Felicidades. Es precioso.
ResponderEliminarMuchas gracias Virgi!!! Un besote
ResponderEliminarDefinitivamente, muy buena escritora!
ResponderEliminarMuchas gracias por leerme. Seguiré publicando relatos. Espero verte por aquí
EliminarMe los he leído todos!! Bravo! Un beso.
ResponderEliminarMuchas gracias por leer mis relatos. Deduzco por tu cariñosa despedida que nos conocemos. ¿quién eres?
EliminarUn beso
Maravilloso en su sencillez y ternura
ResponderEliminarMuchas gracias, Mar. Me alegro de que te haya gustado. Un saludo
EliminarPrecioso!
ResponderEliminar¡Muchas gracias!
EliminarGenial. Hermosos recuerdos de homenaje a dos personas decisivas en nuestras vida.un poema como siempre escribes. Gracias gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti, Amalia, por leer y comentar mis historias.
EliminarEllas son mujeres que forman parte de nuestro yo para siempre.
Un abrazo
Alguna vez lo había leído y me encantó. Me recordó a mi abuelo, el también padecía alzheimer. Hermosa historia. 💞🙅♀️
ResponderEliminarMuchas gracias, María. El Alzheimer es terrible y triste. En mi caso la que lo padeció fue mi madre y es muy furo. Por suerte le cogió ya muy mayor. Un abrazo
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