Ojos Grises
Un gran resplandor iluminó la habitación. Por unos instantes pareció que era de día. Apenas unos segundos más tarde un trueno sonó con gran estruendo. Silvia decidió cambiar su bonita americana beige por una amplia gabardina. Cogió el paraguas y salió de casa con gesto de disgusto. Unos negros nubarrones se cernían sobre las cabezas de los peatones. La lluvia no se hizo esperar, descargando con fuerza toda su furia. El viento doblaba las copas de los árboles y la calle quedó desierta en pocos segundos.
Silvia se refugió en la cafetería que había frente a su casa, maldiciendo por tener que salir justo ese día. Pero se había comprometido. No podía fallarle a Gustavo, que le había pedido que le substituyera en su clase de salsa. Su mirada iba del reloj a la ventana alternativamente, mientras tomaba un café que le ayudaría a mantenerse despierta. Por fin, después de unos minutos que se le hicieron interminables, parecía que la lluvia perdía intensidad. Aunque todavía se podía oír la tormenta, Silvia se decidió a salir. No podía esperar más. La clase empezaba a las diez en punto y tenía por delante media hora de trayecto.
Llegó con el tiempo justo de calzarse sus zapatos de baile, preparar la música y presentarse: “buenas noches chicos, me llamo Silvia. Hoy voy a substituir a Gustavo, que no puede venir. Si os parece vamos a comenzar. Colocaos por parejas. ¿Recordáis todos la coreografía? ¡Vamos! Uno, dos, tres… cinco, seis, siete...”
Se fijó en él nada más comenzar la clase. Esos ojos grises, penetrantes, clavados en sus propios ojos tenían algo que la turbaba. Era normal que los alumnos no perdieran de vista a la profesora pero había algo extraño en esa mirada. Sintió que un escalofrío recorría su espalda. Intentó quitárselo de la cabeza y concentrarse en el baile: “básico, giro a la derecha, aspirina, “dile que no” y..., ¡cambio de pareja!”
Mientras los chicos permanecían en sus puestos, las chicas avanzaban en el sentido de las agujas del reloj al encuentro de su nuevo compañero. Así es como se vio frente a él. Estuvo en un tris de perder el paso pero se rehízo con rapidez y siguió intentando pensar solo en el baile. A lo lejos se percibía el rumor de la tormenta, que la música solo dejaba escuchar entre canción y canción.
Era ya casi medianoche cuando se dispuso a regresar a casa. La lluvia había cesado pero el ambiente era frío y húmedo. La calle estaba sumida en una oscuridad únicamente interrumpida por la tenue luz de las farolas que le parecieron más lejanas entre sí de lo habitual. Estaba a medio camino cuando empezaron a sonar unas pisadas a su espalda. Miró a ambos lados de la calle y no vio a nadie. Cogió con fuerza su bolso y le pareció que, por un momento, el ruido había cesado. Pero debió ser una ilusión, porque de nuevo resonaron los pasos en el silencio de la noche y esta vez parecían estar más cerca. Aceleró su marcha. Su respiración se hizo más fatigosa. Podía sentir cómo el corazón golpeaba su pecho con fuerza. De pronto oyó gritos y se giró aterrorizada. Dos hombres se enfrentaban en un forcejeo desigual y, en seguida, uno de ellos salía corriendo a toda velocidad.
Hermosa historia cuenta este relato. El poder de una mirada es fabuloso.Me encantó
ResponderEliminarMe alegro de que te gustara. ¡Muchas gracias! A veces una mirada es expresa muchas más cosas que las palabras.
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