La vida en un trapecio

 



Naciste bajo la carpa de un circo y, quizás por eso, nunca supiste lo que era el miedo. Tus primeros recuerdos están en lo alto de un trapecio en brazos de tu padre cuando tu madre, ocupada en ensayar los juegos malabares de su número, te confiaba a su cuidado. En sus brazos te sentías seguro. Con menos de seis años empezaste a acompañarlo durante los ensayos y no te perdías ni uno solo de sus movimientos.

Te hipnotizaba verle realizar la misma rutina cada día. Primero, revisar una a una las cuerdas y las barras de los trapecios hasta asegurarse de que se hallaban firmemente sujetas. Después, repasar anilla a anilla, enganche a enganche, los arneses que utilizaba en los ensayos y las redes de protección. Por último, ejecutar el calentamiento que le permitiría realizar con destreza y precisión sus ejercicios en el aire. Siempre te repetía que conseguir esa precisión era fundamental en las acrobacias. Cualquier pequeña desviación podía malograr la pirueta o, lo que era peor, provocar una caída.

Cuando tu padre iniciaba el vuelo sobre el trapecio, se te aceleraba el corazón pero no era de temor. Sin darte cuenta tus latidos se acompasaban a los de él. Esperabas con impaciencia el momento de acompañarle en el aire.

Creciste rápido y pronto pudiste entrenar con él. Trabajabas sin descanso, aprendiendo al milímetro todos sus pasos. Por eso, no tardaste en estar preparado para presentarte ante el público a su lado. Fue una época de emociones y gloria compartida. Hervías de emoción al recibir los aplausos del público y durante un tiempo, que a ti te pareció breve pero que no lo fue, todo parecía sonreírte. Nada ni nadie habría podido presagiar que un vendaval estaba a punto de acabar con vuestra rutina.

Una mañana, que parecía una mañana como cualquier otra, iniciaste el proceso de verificación diario con tu padre. Una vez las revisiones del equipo quedaron completadas, como de costumbre, comenzasteis a calentar vuestros músculos, repitiendo los mismos ejercicios de siempre. La secuencia se interrumpió cuando, sin un lamento, viste a tu padre doblarse sobre sí mismo llevándose la mano al pecho y, luego, caer inconsciente sobre la lona. Los médicos dijeron que había sido un infarto y que su corazón no soportaría un segundo. Su vida de vuelos acrobáticos se rompió como si hubiera sido un espejo.

Por primera vez, ibas a enfrentarte al trapecio en solitario. Por primera vez, también, te invadió una sensación desconocida. No te detuviste a analizarla. Fuiste fuerte. Te empleaste con mayor ahínco a tu preparación. Tu padre, en cuanto sus fuerzas se lo permitieron, volvió a ser tu referente y tu guía, ahora, desde la pista. Aunque nunca volvería a volar sobre el trapecio, siguió guiando tus pasos hasta que moverte en el aire sin su compañía se convirtió en tu propia rutina.


Imagen de Pixabay

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Comentarios

  1. Que bonito Mariángeles, Es así como criamos y enseñamos a nuestros hijos también así nos toca soltarlos que sigan solos. Para reflexionar... Te felicito.

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    1. Muchas gracias, María. Así es. Y en este caso el padre ha sabido trasmitir toda su pasión a su hijo. No siempre se consigue.

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  2. A los hijos los ayudamos a que les crezcan la alas aunque después le tememos al día qn que se echan a volar. Hermoso relato. Gracias.

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    1. Muchas gracias, Amalia. Así es, pero tienen que emprender su propio camino. Siempre estaremos cerca para ayudarles.

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