Destino




Después de tanto tiempo, Mauricio casi ha olvidado la razón que provocó el alejamiento de su hijo. Claro que oponerse a que se casara con aquella mujer que le llevaba quince años, cuando él acababa de cumplir los veinte, complicó las cosas entre ellos dos. Y es que, al enviudar, se sintió perdido y nunca halló la forma de tratarlo como lo hacía ella. Lo cierto es que la relación padre e hijo se fue enfriando, y ahora ya hace diez años desde la última vez que se vieron. Fue terco y nunca quiso dar el primer paso, convencido de que su hijo tarde o temprano acudiría a él.

Por su parte Ramiro, con el transcurso de los años, fue comprendiendo que algo de razón tenía su padre. Que aunque él se creía perdidamente enamorado de Eloísa, la verdad era que ser objeto del amor de una mujer “madura” le hacía sentirse importante y deslumbrado, porque, en realidad, no era ni demasiado guapa ni brillante. Algunos amigos de Mauricio comentaban su relación por lo bajini y la comparaban con la de la canción que dice: “no, no es amor, lo que tú sientes se llama obsesión”. Pero el chico no admitió consejos de nadie y siguió su instinto. Se casó con ella en cuanto encontró un trabajo. Después, más por dejadez que por resentimiento, fue postergando las llamadas a su padre hasta que desaparecieron.

El matrimonio duró el tiempo necesario para que Eloísa consiguiera su verdadero objetivo: ser madre a toda costa. Estaba convencida de que, a su edad, era su última oportunidad. La pareja no tardó demasiado tiempo en divorciarse. En aquellos momentos, Ramiro comenzó a añorar a su padre como nunca lo había hecho, pero el orgullo le impidió acudir a él y reconocer su error.

La vida nos lleva por donde ella quiere y todo sucede por alguna razón. En este caso, un infarto, que estuvo a punto de costarle la vida, fue el motivo de que Mauricio se replanteara su futuro. Recuperar a su hijo se convirtió en una prioridad y no descansó hasta localizarlo. Por fin lo consiguió y un viernes de mayo por la tarde fue la fecha elegida para el encuentro. Quedaron en el café Valor, donde el hombre solía llevar a su hijo los domingos a desayunar chocolate con churros cuando era pequeño. Pensó que sería el sitio ideal, que les traería recuerdos de un pasado feliz y podrían dejar en el olvido los años de separación.

En contra de su costumbre, hoy Mauricio se mira en el espejo una y otra vez. Se peina y repeina para disimular la calvicie incipiente de su coronilla y escoge una vestimenta informal. No quiere que su hijo lo vea como el viejo que se siente desde su ataque cardíaco. Una vez satisfecho con su imagen, sale de su casa con una sonrisa en la cara y un nudo en el estómago.

En cambio, Ramiro, que goza de la benevolencia de la juventud, se da apenas una ojeada en el espejo y, no sin antes sentir una punzada de vértigo, emprende el camino que lo llevará a reunirse con su padre.

Vienen de lados opuestos, pero ambos están muy cerca de su destino. De pronto suena una detonación ensordecedora y casi de forma simultánea caen al suelo. El caos se apodera de la calle; algunos corren presa del pánico, otros permanecen inconscientes en el pavimento, y los que están más lúcidos avisan a emergencias. En pocos minutos la zona se llena de sirenas y luces intermitentes. Los sanitarios atienden a los heridos y los distribuyen en ambulancias.

Cuando por fin abre los ojos, Mauricio siente
un cansancio infinito, no sabe qué ha podido ocurrir. Una enfermera se inclina sobre él y le explica con una sonrisa:

—No se preocupe, señor. Ha habido una explosión de gas. Ha perdido el conocimiento, pero ha tenido mucha suerte porque solo tiene magulladuras y rasguños. Está en el Hospital Clínic. Le haremos una revisión completa y podrá irse a casa.

Él no se lo acaba de creer porque está lleno de cables y tubos, sin embargo, en lo único que piensa es en Ramiro. Está muerto de miedo, y se teme lo peor.

—¡Mi hijo mi hijo! ¿Dónde está mi hijo? —las lágrimas que trata de contener ruedan sin control por su rostro.

Cree estar soñando al oír una voz casi olvidada que le dice:

¡Papá! ¡Por fin te encuentro!



Imagen creada con IA

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Comentarios

  1. Respuestas
    1. Ya ves. Es un peligro. Muchas gracias por leer y comentar.

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  2. Mi comentario solo sirve para felicitarte una vez más, por considerar tu dominio de las letras y tu mente lúcida y extraordinaria. Gracias.

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    1. Muchas gracias por tu generoso comentario. Me anima a seguir escribiendo. Me gustaría saber quién eres.

      Saludos

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  3. ¡Qué impactante! Me ha dado la tembladera. Fue solo un tiempo, en que también una mujer casi me arrebata a mi hijo. Con esto me lo hacer recordar, Gracias a dios , es un capítulo cerrado en nuestras vidas. Gracia mi querida Mar. Hacía rato no entraba a leerte al blog. Grande abrazo. <3

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    1. Muchas gracias, mi querida amiga. Debiste pasar un momento muy amargo. Me alegra saber que ya es pasado.
      Un abrazo grandote

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