La amenaza

 


Sergei Kowalski era el último ingeniero en incorporarse a una de las Direcciones de Soporte de la NASA con menos glamour: la de protección de la Tierra. Y ello a pesar de la importancia de su finalidad, ya que, como su nombre indica, es la que se encarga del “monitoreo y protección del planeta Tierra de desastres naturales y otros eventos”. Nadie le prestaba demasiada atención y a él ya le iba bien.

Era de los primeros en llegar a la oficina por la mañana y de los últimos en irse por las tardes. Además, era un estricto cumplidor de los protocolos establecidos, trabajaba sin hacerse notar demasiado y sabía a quién arrimarse para conseguir sus objetivos.

En esos días, el foco principal de este organismo estaba puesto en la nueva expedición lunar que partiría de Cabo Cañaveral a finales del mes de mayo del año entrante; así es que la mayoría de científicos prestó menos atención de la debida al aviso de la dirección de protección de la Tierra que anunciaba que se había detectado un asteroide, del tamaño de un estadio de fútbol, viajando a 26.000 kilómetros por hora. Aunque no se trataba de un riesgo inminente, no se debía ignorar porque, si bien se encontraba a unos once millones de kilómetros de la Tierra, esa distancia se podía considerar relativamente cerca del planeta.

El caso es que el día en que se produjo el hackeo, dejando los sistemas informáticos del departamento inutilizados durante ocho horas, Sergei se hallaba en una reunión presencial del comité de riesgos. La alarma se extendió con rapidez por toda la organización. Estaba claro que la persona que había sido capaz de colarse en la red de la Nasa tenía que ser alguien con conocimientos profundos, no solo de los diferentes lenguajes de programación, sino también de la estructura del software de la Nasa y sus cortafuegos de alta seguridad.

Los ingenieros de sistemas determinaron, con una probabilidad casi del noventa por ciento, que el ataque se había realizado desde el interior de la propia organización. En un momento, todo el equipo se convirtió en sospechoso.

El director del departamento, Robert Newman, fue el encargado de liderar las investigaciones y determinar el alcance de los daños. En primer lugar, comenzó interrogando a todos y cada uno de los ingenieros de sistemas. Empezó por Sergei, cuya asistencia a la reunión del comité de seguridad le facilitaba una buena coartada y, por tanto, prometía ser muy breve. Robert, que pensaba clasificar a los sospechosos en función de sus posibilidades de estar involucrados, lo catalogó como “poco probable”.

Una vez los servicios informáticos quedaron restablecidos, las copias de seguridad instaladas y los sistemas de seguridad reforzados, las oficinas de la Nasa recuperaron una relativa normalidad. En ese momento, nadie se percató de que la información sobre el asteroide que amenazaba el planeta había sido alterada.

Un mes más tarde, cuando ya casi todos habían olvidado el ataque, Sergei abandonó su puesto de trabajo precipitadamente, sin explicar los motivos. Desapareció como había llegado, sin hacer ruido. Desde entonces la amenaza de una hecatombe producida por un meteorito está más cerca de lo que ningún científico pueda imaginar.


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