Cape

 




Es lunes, pero no uno normal sino uno de esos que llaman festivos de libre elección, por lo que Cape no tiene cole y está en casa, tumbada en el sofá, viendo videos de Tiktok en su tablet. Mientras, su madre ya ha hecho las camas, acaba de tender la colada y se afana en preparar una cesta con varios táperes de comida, unas manzanas y hasta unas magdalenas horneadas por ella la tarde anterior.

—¡Cape! ¡Deja la tablet de una vez y ven ahora mismo!

—¡Jo, mamá! ¡Que estoy viendo un video muy interesante!

—Sí, ya me imagino: Bud Bunny perreando o algo así —murmura entre dientes la mujer y alza la voz para decir—: me tengo que ir a trabajar así es que no me hagas perder el tiempo, Cape.

Por fin, Cape deja caer la tablet en el sofá y se dirige a la cocina como si arrastrase un saco de cincuenta kilos.

—¿Qué es eso tan importante y urgente? —hay un tono de insolencia en su forma de decirlo.

La madre se seca el sudor de la frente con el dorso de la mano, suspira tratando de calmarse y le dice a la niña:

—Necesito que le lleves esta cesta a tu abuela. No se encuentra muy bien y así no tendrá que salir a hacer la compra.

Cape está a punto de protestar, pero se calla a tiempo al recordar que su abuela vive muy cerca de su tienda de chuches favorita.

—¡Vaaale! —se limita a decir y sale corriendo hacia su habitación.

Se coloca su abrigo y una caperuza fucsia -el rojo hace tiempo que dejó de ser su color favorito- y sacude su cerdito-hucha para sacar unas monedas. Luego, casi arranca el cesto de las manos a su madre y sale disparada de casa.

Va tarareando su canción favorita y, para acortar camino, se adentra en ese frondoso e inmenso parque por el que su madre siempre le dice que no debe pasar para evitar el peligro de ser atacada por alguna fiera, tanto de cuatro como de dos patas. Ella cree que son tonterías de su madre y se adentra en él como si nada. Aunque es temprano, enseguida los sonidos de la ciudad desaparecen absorbidos por la vegetación y son reemplazados por gruñidos, gorjeos y los crujidos de sus propios pasos al pisar las hojas caídas. Una florecilla desconocida, que no se ha enterado de que no es primavera, llama su atención y se acerca para cogerla. Aparta una rama y como por encanto sale disparado un animal. “¡Ya está! El lobo, igual que en el cuento” piensa Cape. Pero se equivoca. No. No es el lobo, sino un jabato juguetón que husmea el cesto y parece dispuesto a hacerse con su contenido. Cape intenta esquivarlo y el animalito gruñe como un condenado. En unos instantes la niña se ve rodeada de seis jabatos más, a los que a poca distancia sigue una enfurecida mamá jabalí que no promete nada bueno.

Cape es pequeña, pero espabilada. Agarra el cesto con fuerza y lo tira lejos de ella. La piara, que sigue su trayectoria con atención, se lanza a toda prisa a por él, dejando libre a la osada niña. Es el momento que aprovecha la cría para salir corriendo del parque. Menos mal que lleva el monedero en el bolsillo del abrigo. Su abu igual se tendrá que conformar con unas cuantas chuches.


Imagen generada con IA


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