Jugando con fuego

 


Aitana era consciente de que no debería ir, pero Sandra, que desconocía su pasado oscuro, había insistido tanto que había acabado por aceptar. Y allí estaba ella con sus mejores galas. Le pareció una ocasión idónea para lucir el vestido de raso rojo que tenía abandonado en el armario y unos stilettos negros que no recordaba que fueran tan incómodos para caminar. Había peinado su melena castaña en un semirrecogido informal que dejaba al aire varios mechones. Cogió el bolso y se aseguró de que llevaba el DNI de su hermana. Cruzó los dedos, deseando que todo saliera bien.

Cuando llegó Sandra, no pudo menos que lanzarle un silbido de admiración. No se había quedado atrás, el palabra de honor negro que lucía dejaba poco a la imaginación y su melena rubia seguía el ritmo de sus pasos. Se miraron y, casi al unísono, exclamaron:

—¡Esta noche arrasamos! —y rompieron a reír a carcajadas.

Entraron en el casino pisando fuerte y Aitana, sin verbalizarlo, pensó que hacía demasiado tiempo que no iba. Ahora ya nadie vestía de gala. En cambio, abundaban los pantalones tejanos y las zapatillas deportivas, eso sí, de marcas caras. Dieron una vuelta por las diferentes mesas, intentando aparentar que no les importaba que su vestimenta las hiciera el centro de muchas miradas.

Se jugaba de todo, y dudaban por dónde empezar. Pero nada más ver al crupier que dirigía el juego de la mesa de blackjack, lo tuvieron claro. Este, consciente de su atractivo, llevaba el pelo engominado y una barba delineada a la perfección. Una camisa blanca realzaba el tono de su piel tostada y el chaleco dorado, junto con una pajarita negra, redondeaba su apariencia de conquistador.

Tomaron asiento dispuestas a dejarse en la mesa lo que fuera necesario para conseguir la atención de semejante ejemplar, para algo más que los naipes. El crupier inició la partida y ellas optaron por comenzar con la apuesta mínima. En cuanto las cartas entraron en juego, Aitana sintió que una descarga de adrenalina la invadía; fue como si un ejército de hormigas recorriera su cuerpo. Se concentró en el juego y, poco a poco, todo lo demás dejó de existir para ella. Sandra la miraba entre sorprendida y molesta porque hacía rato que su amiga ignoraba sus comentarios y preguntas.

Un nuevo jugador se incorporó a la mesa, pero Aitana estaba tan ausente que ni siquiera se dio cuenta. Hasta que el sonido de su voz solicitando cartas al crupier le hizo dar un respingo. Levantó la mirada para confirmar su sospecha. No podía ser. De entre todas las personas del mundo tenía que ser él el que se sentara a su lado. Armando, su odiado ex, el culpable, según ella, de sus problemas con el juego. De golpe recordó los tiempos en que él era un cantante famoso. Enamorada de él hasta las cejas le había seguido a todos sus conciertos por los casinos de España. Y ahora la vida se estaba burlando de ella. Una sensación de peligro se apoderó de ella.

—Aitana, ¿cómo tú por aquí? Creía que lo habías dejado. ¿A quién has sobornado para que te dejara entrar? ¿No temes que te descubran? —la abordó Armando, sin contemplaciones—. ¡Anda! Sé buena chica y preséntame a tu amiga.

Sin dignarse a contestar, ella clavó en él una mirada que parecía capaz de provocar un incendio.

Al crupier no se le escapó el comentario del recién llegado. Estaba entrenado para estar alerta en todo momento. En un gesto que pasó desapercibido, pulsó el timbre que lo conectaba con los servicios de seguridad del local.

El jefe de seguridad se acercó con discreción a la mesa.

—Buenas noches, señores. ¡Caramba, señor Guerra! Me alegro de verle. Hacía mucho tiempo que no lo veía por aquí. Tengo que pedirles, a usted y a las señoras que me acompañen un momento. No se preocupen. Es una cuestión de rutina. Será muy rápido.

A llegar al mostrador de entrada, el recepcionista les pidió de nuevo la documentación. Aitana dudó un instante, pero la certeza de que su ex la podía poner en en evidencia hizo que esta vez mostrara su propio DNI y no el de su hermana gemela como había hecho a la entrada.

—Señora Benítez, no sé cómo habrá ocurrido pero no deberíamos haberle dejado entrar. Lo siento. El botones la acompañará hasta la salida. Ustedes, señor Guerra y señora Pascual, pueden seguir con el juego si así lo desean. Que tengan feliz noche.

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Imagen de kalhh en Pixabay 


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