Sueños

 

 No tenía más de cinco años cuando comencé a soñar en ser bailarina. Me imaginaba convertida en Odette haciendo fluir su energía electrizante. Llenaría el escenario de pirouettes y pas de bourré que dejarían sin aliento a los espectadores. Las notas de Chaikovski acompañarían cada uno de mis pasos. ¡Pobre de mí! ¡Qué inocente! La realidad no se acercaría ni de lejos a mis ensoñaciones.

Recorrí todas las escuelas de danza clásica con la esperanza de encontrar una que me pudiera permitir, pero el salario de mi padre, que era pescador, y el de mi madre, que planchaba la ropa de familias pudientes, llegaban a duras penas para sobrevivir. Hasta que un día conocí a alguien que me prometió que mis sueños se harían realidad. Me recomendó una academia que financiaría la formación y, a cambio, solo tendría que hacer pequeñas "concesiones" que no concretó. Mis deseos de bailar eran tan grandes que no lo dudé ni un instante.

Y, sin darme cuenta, me encontré interpretando algo muy diferente a mi ansiado "Lago de los cisnes". Les llamaban strip clubs y se suponía que solo teníamos que bailar, pero lo cierto es que nos veíamos obligadas a hacer demasiadas "concesiones".

Un día, me propusieron un trabajo extraordinario. Cuando me explicaron de qué se trataba, casi no me lo podía creer. Sin embargo, la perspectiva de no tener que hacer servicios extraordinarios lo hizo atractivo. Acepté enseguida.

Sonó un solo de saxo y entré en el escenario improvisado. Las miradas me rodearon y yo empecé la danza sensual. El público, tan distinto al de otras noches, comenzó a jalear. Un roce en el muslo me hizo levantar la vista para encontrarme con la mirada incrédula de un anciano en silla de ruedas que quería cerciorarse de que yo no era un espejismo. El resto de abuelos, como escolares disciplinados, levantaban las manos reclamando su propia oportunidad.

Bailé pensando en Odette intentando olvidar lo miserable que era mi vida. Por una vez, las caricias de esos hombres sin esperanza no me hicieron sentir sucia. Estaba contribuyendo a dar una pequeña alegría a un grupo de desahuciados cuya única posibilidad, en el mejor de los casos, era amanecer al día siguiente.

Después supe que sus familiares se habían sentido ofendidos e indignados, pero a mí no me importó. Ese momento fue un punto de inflexión en mi vida. Me di cuenta de que era posible encontrar algo más que la danza. La mirada de aquellos ancianos me había tocado en lo más hondo haciéndome ver que ayudar a otros seres humanos podía ser tan gratificante como el propio baile.

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Imagen de Niki Dinov en Pixabay 

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