Historias del vecindario. La sonrisa de Laura

 



La conocí cuando me fui a vivir al edificio donde ella llevaba muchos años residiendo. De eso hace tanto tiempo que no recuerdo el momento. Lo que no he olvidado es que su casa estaba en el piso de arriba, el quinto -yo vivía en el cuarto-, y que su final me dejó bastante tocada por las circunstancias que lo rodearon.

Al principio, cuando nos encontrábamos en el ascensor o en la portería, nos limitábamos a saludarnos y a hacer algún que otro comentario trillado sobre el tiempo. Ella acompañaba todas sus frases con una sonrisa de las de verdad, de esas en las que los ojos se empequeñecen. Los tenía de un azul intenso que, no sé por qué, me recordaba el de un atardecer de primavera. Llamaba la atención su cabello, plateado, ondulado y siempre bien peinado que le daba un toque de distinción. Vestía con elegancia y un maquillaje muy discreto, casi imperceptible, resaltaba su belleza otoñal. Yo me decía que en su juventud debía haber roto más de un corazón. "¡Ojalá envejezca yo de esa manera!", pensaba yo.

Poco a poco, nuestras conversaciones se fueron haciendo más extensas. Descubrí que, detrás de esa mirada un tanto misteriosa, se escondía una mujer capaz de emocionarse con pequeñas cosas y que emanaba ternura por todos sus poros. A pesar de haber enviudado hacía más de diez años y de tener dos hijos que veía dos o tres veces al año en el mejor de los casos, nunca se quejaba de su soledad.

Una tarde, al volver, encontré una nota bajo mi puerta. Era muy escueta: "Estoy muy contenta de tenerte como vecina. Aquí tienes mi número de teléfono. Puedes pasarte por casa siempre que quieras. Laura, 5º1ª". No me lo esperaba y, aunque parezca una tontería, me alegró el día.

Alguna vez, me la encontraba cuando iba a trabajar. A mí me sorprendía verla tan temprano, pero ella decía que prefería ser la primera en llegar a la peluquería y lo hacía, por lo menos, una vez a la semana. Yo disfrutaba con esas charlas matutinas y, cuando tenía tiempo, la acompañaba un rato y luego proseguía mi camino.

Una tarde, la vi llegar con un brillo intenso en la mirada. Una sonrisa radiante llenaba su rostro y el color de sus ojos se había intensificado.

—¿Sabes? —me dijo susurrando como si me estuviera confiando un secreto—, tengo algo que contarte. Estoy muy emocionada y todavía no me lo creo ¡He conocido a un "chico"!

Se me escapó una sonrisa que ella ignoró y siguió hablando:

—No sé, no sé, me parece que estoy enamorada. Él es más joven que yo pero..., es tan educado... ¡Me trata como a una reina! Y yo que pensaba que estas cosas nada más les pasan a los jóvenes... A veces tengo miedo de despertarme y que sea eso, solo un sueño.

Verla tan entusiasmada me provocó una descarga de adrenalina; me alegró mucho comprobar que la edad no era un impedimento para que Laura disfrutara del amor. A sus más de ochenta años, parecía una colegiala de quince que se enamora por primera vez.

Después de ese encuentro, la vi llegar a casa muchas veces acompañada de un señor de cabello plateado y porte elegante que, ataviado con un abrigo gris y un sombrero del mismo color, parecía un galán maduro de película en blanco y negro. Le abría la puerta con un gesto caballeroso, la acompañaba hasta el ascensor y allí se despedía de ella con un casto beso en la mejilla. Nunca lo vi subir a su casa.

Pasaron los días y dejé de ver a Laura durante un tiempo que a mí me pareció demasiado largo. Al final, me decidí a preguntar por ella al portero. Haciendo honor a la fama de la profesión, a Lucas le fue fácil darme todo tipo de explicaciones. Me contó que su hijo mayor, al que apenas se veía aparecer por el barrio, se había enterado de la existencia del pretendiente y no había tardado en intervenir. Se llevó a su madre con la excusa de que era muy mayor para estar sola cuando la realidad era que, en esos momentos, ella estaba más acompañada de lo que había estado en años.

Pasaron varios meses hasta que, por fin, un día Laura regresó a su hogar. Pero no volvió sola. La acompañaba una señora de aspecto adusto que aparentaba unos cincuenta y tantos años y que se convirtió en su sombra. Las escasas veces en las que me la volví a encontrar, ya no sonreía y su mirada había perdido todo su brillo. Murmuraba con voz apagada un cortés buenos días y seguía su camino con su ahora inseparable acompañante. Lucas decía que le habían impedido volver a ver a su "chico". Después, dejé de verla.

Laura se apagó como una vela consumida en su propio fuego.

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Imagen de Pixabay

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Comentarios

  1. Que triste para Laura. Aunque algunas veces, podría ser que el hijo tuviera razón. Me recuerda algo este relato. Muy bueno y lleno de empatía, de la autora.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, María. Conocí a Laura (no es su nombre real) y me dio mucha tristeza. No sé que razones tendría el hijo pero no me extrañaría que fuera miedo a perder una posible herencia. Un abrazo

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  2. Muy buen relato y triste, la verdad... seguro que el hijo quería salvaguardarse la herencia... con lo difícil que es encontrar el amor... van y se lo arrebatan... y la libertad, que es aún peor. Muy bueno!

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    1. Muchas gracias, Sara. Yo sospecho que fueron esos los motivos. Muy injusto.
      Un abrazo.

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  3. Vaya cosas pueden pasar en la vida.

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    1. Así es, por desgracia. Muchas gracias por tu lectura y comentarios, quién quiera que seas.

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