Brumas
He oído decir que el tiempo pasa volando cuando te haces mayor. Entonces yo no soy mayor porque mis días son cada vez más largos y tediosos. Antes siempre estaba tejiendo jerséis, bufandas o lo que fuera. Ahora, algo me pasa en las manos porque me hago un lío. Y no me gusta ver la tele, hace demasiado ruido. Pero, sobre todo, me aburro porque "él" no me deja salir sola a la calle, con lo que a mí me gusta callejear. No me sale su nombre; yo siempre he sido muy mala para acordarme de estas cosas, pero el de "él" lo sé, seguro. ¡Ah, sí! ¡Ahora caigo! Abelardo. Y todo porque no encontraba el camino de casa, como si eso no le pasara a todo el mundo alguna vez. Además, solo me ha pasado hoy, o, ¿ya me había pasado antes? Creo que no porque me acordaría.
Tampoco quiere que cocine. ¡Pues, vaya rollo! Como si a nadie se le olvidara cerrar el gas alguna vez. Al fin y al cabo, no ha pasado nada. Un poco de humo y ya está. ¡Vaya cara de susto que ha puesto, y qué enfadado está! Me da risa y, aunque me mira muy serio, yo no puedo parar.
Menos mal que esta tarde estoy muy entretenida; ha venido a verme una señora con dos críos. Me sonríe y no sé por qué; no la conozco. Se ha empeñado en llamarme mamá. Pero, si yo no tengo hijos, ¿o sí? A lo mejor tuve alguno porque hay fotos de niños por todas partes. No estoy segura. Y ¿esos dos niños? Qué atrevidos, no paran de mirarme y de llamarme abuela y yo no los he visto en mi vida. Menos mal que está Abelardo. Parece buena persona y me protege. Aunque a veces me hace enfadar mucho. Que se me olvidan las cosas, dice. No, no se me olvidan lo que pasa es que "ellas" me las cambian de sitio. Se lo digo y me pregunta que quiénes son "ellas"; como si no lo supiera. Las Ramírez, que son unas sinvergüenzas, se cuelan en mi casa a escondidas y lo tocan todo, lo cambian de sitio y, a veces, me lo roban. Y luego no encuentro nada por ningún lado. Abelardo dice que no es verdad, que es mi imaginación. ¡Qué inocente! No se da cuenta. Tengo que guardarlo todo bien para que no me lo quiten.
Está oscureciendo y las visitas por fin me han dejado en paz. Ahora quiero irme a mi casa. Cuando le pido a Abelardo que me lleve, me contesta que ya estamos en ella. A mí me va a engañar. Esta no es mi casa. La mía tiene mucho jardín y aquí solo hay una terraza pequeña. Y los cuartos de baño están en otro sitio. ¡Qué sabrá "él"!
Por fin, es hora de ir a dormir y Abelardo entra en mi habitación con el pijama puesto. ¿Pero, qué se cree? ¿Por qué se empeña en meterse en mi cuarto? "No sé quién eres, no me dejas nunca sola. ¿Qué quieres de mí? ¡Vete de aquí! ¡Mamá mamá, ven que tengo miedo!"
Imagen de Gordon Johnson en Pixabay
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ResponderEliminarOhhhhhhh! El que más me ha gustado de todos. Se podría hacer una obra de teatro sobre ella. Preciosa 😘😘😘😘
ResponderEliminar¡Muchas gracias, guapaaaa! Pues, ya sabes... A poner manos a la obra.
EliminarUn abrazo
Qué bonito lo hiciste, con ese tono cómico e infantil que nos conduce por el drama sin que apenas reparemos en sus verdaderas dimensiones. Me ha gustado mucho también que me hicieras reflexionar en que podemos perder el norte hasta no reconocer a los nuestros, sin embargo, seguimos reconociendo el amor que nos profesan. Te felicito por ese logro narrativo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Javier! Ya sabes que valoro mucho tu opinión. El tono, puesto que es el punto de vista del enfermo, tenía que ser inocente, ya que regresan mentalmente a la infancia. Por ejemplo, la llamada a la madre es literal. La inspiración me la dio mi propia madre, fallecida hace muchos años.
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