Deseos ocultos

 


Ignoraba los motivos, pero cada vez que entraba en la capilla del colegio, Susana se sentía intimidada. Y, en mayo, mes dedicado a la Virgen María, las visitas se repetían con mayor frecuencia.

Tal vez las reiteradas alusiones al infierno influían en su ánimo; quizás fuera el olor del incienso que lo impregnaba todo o la penumbra en la que se hallaba sumido el recinto. Dos gruesas cortinas de terciopelo granate cubrían los ventanales tamizando la luz exterior. Del techo colgaba una única lámpara que, a pesar de tener varios brazos, alumbraba escasamente y proyectaba sombras caprichosas en el suelo. En el presbiterio, un candil junto al sagrario completaba la iluminación.

Las chicas entraban en fila india y se situaban, por orden de llegada, en las dos hileras de bancos que ocupaban la casi totalidad del espacio, separadas por un pasillo central. A Susana le tocó colocarse a la izquierda de la nave, justo al lado de un enorme Cristo crucificado que con la cabeza inclinada sobre el pecho, parecía contemplar a las jóvenes de soslayo. Estaba custodiado por un confesionario de madera de castaño que con los años había adquirido un tono oscuro. A la derecha del altar, una hornacina contenía una imagen de la Inmaculada Concepción, cuyos pies reposaban sobre una serpiente.

Comenzaron los cánticos y las voces de las jóvenes, aunque con buena intención, sonaban desiguales: "venid y vamos todos con flores a María; con flores a porfía, que madre nuestra es...". Susana parecía absorta contemplando la imagen de la Virgen mientras sentía que la mirada del Cristo penetraba en su cabeza hasta leer unos pensamientos que quería mantener ocultos.

Justo cuando comenzaban el segundo canto, sintió que el suelo temblaba. Sin motivo aparente, un impulso le hizo dirigir la mirada hacia la imagen. Un ruido parecido al que haría un engranaje al ponerse en movimiento resonó en sus oídos. Creyó estar sufriendo alucinaciones al ver como la base de la imagen se abría por la mitad. La serpiente escapó de su encierro. Su lengua bífida comenzó a oscilar en movimientos cada vez más rápidos. De la grieta abierta empezaron a salir un sinnúmero de serpientes que alcanzaron el suelo y se deslizaron en dirección a los bancos. Susana buscó con la mirada a su mejor amiga, Pilar, que en esos momentos intentaba ahogar un grito sin demasiado éxito. Sin esperar más, aunque el resto de sus compañeras seguían cantando y parecían no darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, Susana saltó del banco, arrastró a su amiga y, juntas, apretaron a correr hasta alejarse de la capilla. La madre Plácida, preocupada, salió tras ellas y lo que vio le hizo dar un paso atrás con horror. Dos enormes serpientes se blandían sobre ella dispuestas a atacar.

Susana y Pilar contemplaban la escena, horrorizadas y arrepentidas de haber deseado en secreto que algo malo le pasara a la religiosa.

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Imagen de msandersmusic en Pixabay

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