La caja de Pandora

 



Cuando vi al que iba a ser el nuevo jefe de departamento me pasó lo que a la mujer de Lot: me convertí en estatua de sal. Fui incapaz hasta de pronunciar con claridad unos simples buenos días. Alto, moreno, barba de una semana y "guapísimo", o ¿debería decir creidísimo? Llevaba una camisa azul, con el cuello abierto y sin corbata; jeans, una americana ceñida que dejaba adivinar una musculatura bien trabajada y, para redondear, unas Camper con cordones. De película, vamos. Y, encima, joven, bastante más joven que yo.

Me acababan de decir que yo no reunía los requisitos necesarios para el puesto. ¡Ja! ¡Qué risa! Ya me diréis qué experiencia podía tener él a su edad. Seguro que estaba liado con la de recursos humanos. Era lo que me faltaba para mejorar mi autoestima: depender de un niñato. Y con esa sonrisa bobalicona con la que se había presentado... "Hola, soy Agustín Salvá. Será un placer trabajar con vosotros". Si creía que así me iba a ganar, lo tenía claro.

Al día siguiente, aproveché que había entrado en una reunión para curiosear su despacho. Acababa de llegar y ya tenía un marco de fotos metálico en su mesa, al lado del portátil. ¡Qué original! Me picó la curiosidad; quería ver cómo era "ella". Así es que, después de comprobar que no había moros en la costa, di un rodeo al escritorio para conocerla. Se me puso cara de idiota al ver que "ella" tenía más barba que él. Ahora lo entendía todo. Ese look tan perfecto y estudiado era un síntoma.

Empecé a pensar en pedir un cambio de departamento con cualquier excusa. No quería trabajar para un gay como llaman ahora a los maricones, que queda más fino. Me ardieron las tripas solo de imaginar que se podía correr la voz entre los de la peña. No iban a tardar nada en colgarme el sambenito: "mira Edu siempre tan machito y ahora se nos ha amariconao". Yo no me considero homófobo, pero estar codo con codo con uno de esos todos los días era demasiado. Ya se sabe el dicho: al que anda entre la miel, algo se le pega. Y yo no quería que se me pegara nada.

Fueron pasando los días y por un motivo u otro, iba retrasando la petición de cambio de departamento. Mientras tanto, no me quedaba más remedio que tirar millas con Agustín.

Los jueves, después del trabajo, teníamos por costumbre ir a tomar una copa con los colegas. Íbamos al Bar La Oficina, que estaba a dos calles del despacho. Tenía su gracia; cuando decíamos "nos vemos en La Oficina" despistábamos a más de uno. Agustín no lo sabía y ninguno de nosotros se molestó en invitarlo. Faltaría más. Pero, a veces, la realidad es tozuda y te lleva por donde le da la gana.

Un día la casualidad, o el mal fario, hizo que a Agustín le diera por entrar justo a La Oficina, como si no hubiera otros bares. Y no hubo escapatoria. Se añadió al grupo. A una copa le siguió otra y, cuando quise darme cuenta, nos habíamos quedado Agustín y yo solos en el bar. Seguramente el alcohol me estaba afectando más de lo que pensaba.

—Edu, ¿tú estás casado? —me soltó sin venir a cuento.

—Pues, mira, no. No estoy casado. Ya ves, no he encontrado a ninguna que me aguante —dije yo.

—Quizás, necesitarías a uno y no a una —le oí susurrar entre dientes.

Imagino que se le escapó sin querer, pero tuvo la mala suerte de que yo lo oyera. Sin pensarlo dos veces, mi puño se estampó en su cara bonita. Estaba a punto de lanzar un segundo puñetazo cuando unos brazos de hierro me sujetaron. Podía haberme devuelto el golpe, pero no lo hizo. Farfullé una disculpa y me largué de allí a toda velocidad.

Él jamás volvió a mencionar el incidente y las represalias que yo esperaba nunca llegaron. Sin embargo, algo se revolvió en mi interior y, desde entonces, intento averiguar las razones de mi fracaso con las mujeres. Quizás algún día me atreva a abrir mi propia caja de Pandora.

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Imagen tomada de la Red

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Comentarios

  1. Qué buena reflexión sobre la violencia (tanto verbal como física) que genera la sexualidad reprimida. Los prejuicios y los complejos son una lacra para la sociedad. ¡Excelente relato!

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    1. Efectivamente. Esa represión casi inconsciene (que tiene mucho que ver con la religión) impide el reconocimiento de la propia sexualidad. De ahí la agresividad.
      Muchas gracias por dedicarme tu tiempo leyendo y comentando.

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  2. Me ha encantado que el narrador hasta media historia no se descubra cómo hombre.jajajaja. Me las has colado! Muy chulo! 😘😘😘😘

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    1. Jajajaja! De eso se trataba, de sorprender. Le ha pasado a más de uno. Muchas gracias, guapísima.
      Un beso grande😘😘😘

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  3. Muy bueno este relato. Al principio ese dato escondido estuvo muy bueno.Excelente la trama para llegar al final. Deben ser terribles las indecisiones hasta llegar a reconocer cuál es el rumbo a tomarme sus vidas.

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    1. ¡Muchas gracias, Amalia! Me alegra ver que el giro del relato ha conseguido su objetivo. Tus comentarios son un estímulo para seguir adelante
      Un abrazo

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