Celebrando la vida
Algunos no lo entienden, pero disimulan. Otros no dudan en disparar su pregunta a quemarropa sin cuestionarse si puede herirte o no. A mí no me importa. Yo lo tengo claro. Por eso, cuando me dicen "pero, ¿tú qué celebras?" no me cuesta nada responder que celebro la vida. Así, sin más.
Mi casa es pequeña, y aun así caben todas las personas que me importan. Y hoy el timbre no para de sonar. Poco a poco, mis hermanos, cuñados y amigos van uniéndose a la celebración. No tardan en formarse corrillos, algunos de pie, otros sentados y hasta hay un grupo en la cocina. De fondo suena una música suave y en el salón, a un lado, hay una mesa llena de bebidas, canapés, sándwiches y pastelitos. Mis hijos me ayudan a servir a los más perezosos.
Ha venido hasta mi ex, con el que lo que único que me une son los dos hijos que tenemos en común. Mientras lo veo conversando con Mireia, la menor, pienso que es difícil adivinar en esa actitud de padre amantísimo, con sonrisa de embaucador, al hombre que durante años controlaba la longitud de mis faldas, el tamaño de mi bikini; el que vigilaba con quién hablaba o hasta a quién miraba. El mismo que contaba los minutos que tardaba de más cuando regresaba a casa, o el que me repetía una y otra vez que yo no era buena para nada.
Mario, mi marido, el amor de mi vida, se me acerca y me rodea con sus brazos. Quiere asegurarse de que todo va bien y de que mis fuerzas resistirán. Y es que hoy se cumplen seis meses desde el día en que mi vida dio un giro inesperado y en el que la placidez dejó paso a la incertidumbre. Al principio mi médico no le dio importancia. No olvidaré la palabra.
—Esto es un simple fibroadenoma, o lo que es lo mismo, una acumulación de tejido fibroso. Es benigno, pero lo eliminaremos para evitar que siga creciendo —me dijo con una sonrisa tranquilizadora.
Sin embargo, la biopsia reveló algo mucho peor: un carcinoma de mama. Todo fue muy deprisa. Mi vida se paró en seco. A la operación siguió la quimioterapia y la angustia de esperar el diagnóstico que seguía a cada prueba. Y, por fin, llegó la confirmación de que había vencido al maligno.
Mi hermana menor, que sabe leer mi mirada como nadie, se ha plantado a mi lado para contarme los últimos cotilleos de su oficina. Siempre me hace reír. Y yo le he prometido que aquí estoy, dispuesta a no dejarme vencer por la fatiga, que todavía me acompaña, y a disfrutar de esta velada.
Bravo! Cuántas cosas concentradas en un texto tan breve. El carcelero, el verdadero amor, la enfermedad, el miedo, la lucha, la esperanza, la felicidad de vivir el momento presente con la consciencia de que todo es efímero, demasiado efímero...
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado. Muchas gracias. Es un relato totalmente visceral y que tiene mucho que ver conmigo. Un abrazo
EliminarOh, sorprendes Mary. Has logrado hasta reflejar los nervios de la pobre mujer en la velocidad del relato donde se agolpan personajes y hechos. Hermoso. Un placer leerte.
ResponderEliminarMuchas gracias, Amalia! El placer es mío por tenerte como lectora!
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