Percepción extrasensorial
Después de una noche de extrañas visiones, tan aparentemente reales como increíbles, me desperté sobresaltado. Su imagen seguía nítida en mi cabeza. En ese estado de semi inconsciencia que sigue al momento en que se abren los ojos por primera vez, me sentía incapaz de discernir entre realidad y fantasía. Ahí estaba ella, sonriéndome. Su rostro se mostraba luminoso y transmitía una emoción difícil de plasmar en palabras. Levantó la mano derecha y la agitó a modo de saludo. Un instante después la imagen se desvaneció dejando en mi interior una sensación de pérdida.
No soy muy dado a soñar y menos aún a recordar los sueños, pero las sensaciones de ese amanecer eran vívidas e inquietantes y yo me resistía a abandonar el sopor en el que me hallaba sumido.
¿Cuándo nos habíamos visto por última vez? No lo recordaba con exactitud pero sin duda hacía mucho. Puede ser que desde mis tiempos de universitario. Después la vida me llevó por otros derroteros y me alejó de ella. Otro país, otro continente. Nos comunicábamos muy de vez en cuando. Hablar por teléfono entonces era costoso y complicado.
Yo vivía lejos de la Universidad. No era una distancia desorbitada pero el tráfico era lento y pesado. Como no tenía coche, viajaba en autobús lo que hacía que el trayecto representara casi dos horas; así es que, frecuentemente, pasaba la semana entera en su casa situada apenas a cuatro manzanas de la Universidad. Todos me recibían con los brazos abiertos, no importaba la hora que fuera. Era mi segundo hogar. Disfrutaba de la compañía de mis ocho primos y de mis tíos. Pero sobre todo de ella, mi tía Rosa. Era para mí como una madre. Compartía muchas de mis preocupaciones con ella y, a pesar de que no era mujer de muchas palabras, nos entendíamos con una simple mirada. Recuerdo el día en que, después de una fiesta con mis compañeros de estudio, me tuvieron que llevar a casa porque yo no era capaz de dar dos pasos sin caerme. Ella no me hizo ni un solo reproche. Me hizo tomar lo que a mí me pareció un bebedizo y me obligó a darme una ducha fría. Al día siguiente, muerto de vergüenza, le prometí que eso no volvería a pasar.
No sé cuanto tiempo duró mi duermevela pero de pronto noté que alguien me zarandeaba mientas me decía: “arriba dormilón, o vas a llegar tarde”. Poco a poco pude dejar mis ensoñaciones y recuerdos a un lado y continuar con mi rutina diaria, aunque la desazón que me había provocado el sueño no me abandonó en todo el día, haciéndose más intensa al caer la tarde.
Al llegar a casa sentí la necesidad imperiosa de escuchar su voz. No me lo pensé dos veces, cogí el teléfono y marqué su número de móvil. No obtuve respuesta. Tuve que insistir varias veces. Al final, por fin, alguien respondió al otro lado de la línea. Decepcionado comprobé que el que respondía era mi primo Eduardo. Y, en ese momento, sin saber por qué, supe que mi visión había sido algo más que un sueño. Dos gruesas lágrimas brotaron de mis ojos.
Se te da muy bien escribir, enhorabuena. Me meto de lleno en lo que narras.
ResponderEliminarMuchas gracias Pablo!! A la derecha del blog, hay una apartado para que te suscribas. Te llegará un aviso cada vez que publique algo nuevo.
EliminarSe te da genial!!! 👋👋👋
ResponderEliminarMuchas gracias!!!
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar👍
ResponderEliminarGracias!!!
ResponderEliminarMuy bonito! ❤️❤️❤️❤️
ResponderEliminarMuchas gracias, Virgi! Un besote muy grande😍💖
EliminarCreo firmemente en esta clase de percepción extrasensorial. Tu estupenda narración logra transmitir con naturalidad un hecho que, por muy increíble que parezca, sucede muy a menudo. Los vínculos afectivos establecen la conexión y nuestras capacidades innatas hacen el resto. Enhorabuena por el relato.
ResponderEliminarMuchas gracias, Javier. Yo también creo en ello. De hecho este relato está basado en algo que le sucedió a una persona muy cercana a mí. Un abrazo
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