En la batalla




Allí estaba, presidiendo la mesa del comedor como lo había hecho todos los treinta de diciembre de los últimos treinta años, una botella de coñac con la inscripción 1938 – 1969. Las imágenes, que yo trataba de olvidar, volvieron a mi mente. Un gesto que a mí se me había antojado insignificante me era recordado invariablemente todos los años en la misma fecha. Cuando le decía a García que ya era suficiente, que lo olvidara ya, su respuesta era siempre la misma: “tu me diste todo lo que tenías”.

Yo tenía apenas veintidós años cuando tuvo lugar el “Alzamiento Nacional” al mando del General Franco. En esa época, la docencia como profesor auxiliar de la Escuela Industrial de Barcelona era lo único que llenaba mis días; vivía completamente alejado del mundo de la política. Aquella no era mi guerra, no deseaba combatir ni tampoco me sentía un valiente. Y aunque sabía que era complicado, traté por todos los medios de no verme envuelto en el conflicto fratricida. Solo lo conseguí durante los primeros meses de la contienda; después, la buena estrella, por así decirlo, dejó de acompañarme y no pude evitar que me llamaran a filas. Gracias a unos cursos de primeros auxilios que había tomado conseguí que me admitieran como auxiliar de enfermería y camillero. Aún así me enviaron al frente.

Nos movíamos en una ambulancia destartalada y curábamos a los heridos en pleno campo. Debíamos trasladarlos a pulso en unas rudimentarias camillas que teníamos que manejar entre dos y que atenazaban nuestros brazos hasta dejarlos entumecidos. Cuando el cansancio nos vencía, al caer la noche, dormíamos donde podíamos; la mayor parte de las veces al raso, o en cuevas naturales normalmente plagadas de pulgas, chinches o cosas peores. 

Por suerte, no estábamos en primera línea de fuego pero, a pesar de todo, día sí y día también las balas silbaban a nuestro alrededor. Podíamos considerarnos afortunados si acabábamos el día indemnes. Nuestros oídos ensordecían con  el sonido atronador de los morteros. El rugir de los bombarderos y los gritos de los heridos, cuyo dolor no podíamos calmar por falta de medicamentos, no nos daban tregua. 

Esa tarde, las luces del día palidecían para dar paso a una nueva e inacabable noche por lo que comenzamos a buscar un sitio donde refugiarnos. Nos disponíamos a entrar en una una ermita abandonada cuando, de pronto, una explosión nos levantó literalmente del suelo. Pasados los primeros minutos de desconcierto, intentamos comprobar si todos estábamos bien. Uno a uno íbamos gritando nuestro nombre y rango. No tardamos en darnos cuenta de que faltaba mi buen amigo Josep García. Decidimos dispersarnos para buscarlo y yo me encaminé hacia una columna de polvo y humo que se extendía a pocos metros de donde nos hallábamos. Ya casi había perdido la esperanza de encontrarlo, cuando una voz pidiendo auxilio me guió en la semi oscuridad. Allí estaba Josep, ensangrentado, tumbado en el suelo. Alcanzó a esbozar una sonrisa angustiada cuando me vio. “Ayúdame, Emili, por favor, no quiero morir”, me suplicó, y rompió en llanto. La metralla le había causado varias heridas en el muslo y la sangre manaba a borbotones. Con los escasos recursos que tenía y antes de intentar moverlo, rasgué mi camisa y le hice un torniquete lo mejor que supe. Había que evitar a toda costa que se desangrara. Mi compañero, desencajado, se lamentaba del intenso dolor. A falta de calmantes, a mí lo único que se me ocurrió fue darle la cantimplora de coñac que guardaba celosamente para calentarme durante las largas y frías noches que pasábamos en la intemperie.


Basado en hechos reales.


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Comentarios

  1. Me suena de una biografía del abuelo verdad? Que guai que escribas.

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  2. Qué bien que me leas!!! Sí, esta historia está basada en algo real que le pasó al abuelo. Yo veía llegar esa botella de coñac todos los finales de año. Y en uno de los álbumes que nos dejó, contaba la historia. Yo le he dado forma de relato, incluyendo detalles que son solamente creación mía. Un besote grande

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  3. Super intersante conocer las experiencias del abuelo en la guerra ya que no le gustaba explicarlas demasiado... genial el relato al que has dado vida a través de tus palabras.. ahí queda para la posteridad. Soy Pablo, tu sobrino

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    Respuestas
    1. Hola de nuevo Pablo.

      Sabía que eras tú. Muchas gracias por tus comentarios. Me alegro que te gusto. Me hace mucha ilusión. Si quieres puedes suscribirte para que te llegue un mensaje cuando publique cosas nuevas.

      Un beso

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  4. Suscrito, me lo he leído todo en nada, me gusta mucho como escribes ✍️ Sigue contándonos historias y si son de la familia mejor que mejor, conocer aspectos de las vidas de mis abuelos me trae muy buenos recuerdos del tiempo que tuve la suerte de vivir con ellos.

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  5. Muchas gracias Carmen Lucía!!!
    Un abrazo

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