En el parque




    Elena entró en el parque, acompañada de dos niños: una niña, Elsa, de unos tres años y un niño, Eric, que iba sentado en una sillita de bebé. Ambos eran rubios y tenían los ojos azules. Se dirigieron al área infantil donde había un grupo de niños jugando. Elsa echó a correr hacia los columpios y Elena se sentó en un banco cercano con el bebé. Sacó un libro y se puso a leer; de vez en cuando levantaba la vista y la dirigía hacia donde estaba la niña.

    En un banco al otro lado de la zona de columpios, un hombre ya mayor, vestido con un traje gris, una corbata azul y unos mocasines negros relucientes, contemplaba a los niños. Parecía centrar su atención en la pequeña Elsa. En algún momento también dirigió su mirada hacia la madre de la niña. Al cabo de un rato, el hombre se levantó y se encaminó hacia Elsa, que estaba columpiándose. Miró de reojo a Elena, que parecía estar leyendo. Se volvió hacia la niña y le ofreció un caramelo. La niña lo miró, frunciendo el ceño, y le dijo:

    —¿Y tú quien eres? Mamá dice que no puedo aceptar caramelos de desconocidos.

    Y tiene razón. Pero yo no soy un desconocido —le respondió el anciano—. ¿Tu mamá no te ha hablado de mí? Soy el abuelo Óscar.

    ¡Nooo! No es verdad ¡Yo no tengo ningún abuelo Óscar! ¡Mamá!

    Elena levantó los ojos del libro. Se puso en pie de un salto, cogió el carrito y se acercó corriendo adonde estaba la niña con el anciano.

    ¿Qué haces aquí? ¡Deja en paz a mi hija! ¡Vete! —le espetó al hombre.

    —Elena, que también es mi nieta…

    —¡No me digas! No tienes ningún derecho a acercarte a mi hija. ¿Me oyes?

    —Os echo de menos. No tienes ni idea. Nunca podrás perdonarme, ¿verdad?

    —Debiste pensártelo dos veces antes de abandonarnos a mamá y a mí.

    Elena, te lo suplico...

    Haz el favor de irte y no volver nunca más.

    Dos lágrimas rodaron por las mejillas del anciano, que se dio media vuelta y se dirigió a la salida.




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Comentarios

  1. Cuánto daño arrastramos. Cuánto necesitamos perdonar y que nos perdonen. Cuánto personas se ven privadas de seres queridos por conflictos que nunca acaban de arreglarse. Te felicito, Mariángeles, por este conciso relato que, con un lenguaje universal, invita a la reflexión y a la sanación.

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    1. Así es, Javier. El perdón es muy necesario. En cambio el rencor es un virus destructivo.
      Un abrazo

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