Maullidos

 


Laia se despierta sobresaltada y con un ligero escozor en la garganta. El silencio invade la casa, por eso, cuando mira el reloj y ve la hora, pega un bote y sale corriendo. Tiene que avisar a Claudia de que ya son las ocho y va a llegar tarde al trabajo.

Llega jadeante a la habitación de su hija, pero las únicas palabras que salen de su boca suenan así:

—Miau miau miaaauuu.

La chica, que no tiene muy buen despertar, todavía somnolienta lanza un grito:

—¿Te has vuelto loca o qué?

Por mucho que lo intente, todo lo que Laia consigue articular sigue siendo:

—Miau miau miaaauuu.

—Muy graciosa mamá. Ya vale. Deja ya la tontería, ¿quieres?

Pero Laia sigue maullando sin parar, con el rostro contraído y un rubor que va subiendo de tono poco a poco. No sabe como detener ese lamento gatuno, que no reconoce como suyo, y la impotencia hace que sus ojos se nublen y una lágrima rueda por su mejilla, seguida de una segunda y una tercera que se convierte en una catarata de llanto imposible de detener.

Ahora sí, Claudia ha dejado atrás el letargo de su despertar. Ya no está enfadada y mira con horror a su madre que , además, ha empezado a arañar las cortinas de la habitación. No se atreve a acercarse mucho a ella. No se fía porque los maullidos han ido subiendo de volumen. Por fin, consigue recobrarse y hace único que se le ocurre: llamar a urgencias, aunque teme que su madre reaccione mal. Respira aliviada al ver que la mujer parece tranquilizarse y se aviene a vestirse.

Los minutos pasan con una lentitud insoportable. Claudia no ve el momento de que el médico llegue y sede a su madre, o haga lo que sea para acabar con esta situación de locura. Mira el reloj con insistencia y le da golpecitos para asegurarse de que funciona. Al cabo de lo que a ella le parece una eternidad, suena el timbre de la casa. Corre a abrir la puerta y entonces lo ve. En el suelo del recibidor hay algo que parece la entrada de un teatro o de un espectáculo. Lo recoge como un autómata y, mientras espera que suba el ascensor, lo mira sin demasiada atención.

“Profesor Candela, hipnotizador y mentalista

Siéntete en la piel de tu animal favorito”

Lo que lee hace que su mente haga un clic y recuerde lo que le dijo su madre el día anterior:

—No te extrañes si llego tarde. Voy al teatro con las del gym a ver al mago ese que dicen que es tan bueno.

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Imagen de Anja en Pixabay


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