Vileza

Empujó la puerta con energía y pisando firme, como si no estuviera rota por dentro. — Usted dirá, señor Pérez. —Su mirada era gélida y consiguió no desviar los ojos ni por un segundo. Un leve temblor en su labio superior estuvo a punto de traicionarla, pero apretó la boca con fuerza. — Siéntate, Margarita. Tenemos que hablar de lo sucedido. No me gustaría que el hecho trascendiera y se convirtiera en un problema para ambos. — Estoy bien de pie. Diga lo que sea que mi trabajo está esperando y no puedo dejar desatendido mi puesto. Pérez comenzó a soltar frases que a Margarita le sonaron inconexas y sin sentido. En seguida dejó de escucharlo, y cuando se hizo el silencio, la joven dijo sin mover un solo músculo. — Nada de lo que diga usted cambia los hechos, señor Pérez —la joven alargó la palabra “usted” marcando distancias—. He tardado demasiado, pero la decisión está tomada. Hoy sin falta acudiré al Comité de Ética y, después, a la Policía. Pérez se encogió de hombros com...