El final del verano
Fue en la época en la que los cotilleos, los rumores y hasta las noticias se transmitían a viva voz. En algunos pueblos pequeños, como Calafell, en el que pasábamos las vacaciones de verano, persistía la figura entrañable del pregonero que a golpe de corneta nos ponía al corriente de las novedades.
Tantísimos años después, me es imposible recordar la fecha exacta ni quién nos lo dijo, pero nos llegó una información que nos pareció la bomba. Para despedir el verano, el último sábado de agosto se iba a celebrar una fiesta con el Dúo Dinámico en el Hotel Miramar. La noticia estaba recorriendo el pueblo como una bola de nieve que, a medida que viajaba de boca en boca, se iba alimentando de lo que cada uno añadía. Según los últimos rumores, después del concierto, habría ocasión de hablar con ellos y hasta de pedirles una foto dedicada.
En cuanto lo supimos, mi amiga Elena y yo empezamos a imaginar cómo sería ese encuentro con nuestros ídolos. No habría discusión posible: a mí me encantaba Ramón y ella prefería a Manolo. Nos pasamos los días previos probándonos vestidos, peinados, y urdiendo la forma de conseguir el permiso paterno. No lo veíamos nada claro porque Elena acababa de cumplir catorce años y yo tenía quince. Y, además, nuestros padres eran muy estrictos.
Por unos días, nos alejamos de las pocas distracciones que ofrecía Calafell, un pueblo de pescadores que, en esa época, empezaba a recibir a los primeros veraneantes. Su atracción principal era contemplar la salida de las barcas de pesca al atardecer, en la playa. Los pescadores las empujaban al son de un canto repetitivo y machacón, hasta que conseguían ponerlas a flote. La otra consistía en seguir los ires y venires de Carlos Barral, que con su perenne barba y su gorra de navegante, recorría la playa luciendo el primer tanga que yo recuerdo haber visto. El escritor nunca se alejaba demasiado de su embarcación, la Capitán Argüello, que orlaba la playa con majestuosidad.
Pero a nosotras lo único que nos importaba era hacer realidad nuestro sueño. Yo perseguía a mi padre por toda la casa y hasta en la playa repitiendo mi discurso, que variaba poco de una vez a otra.
—Papá, pues a Elena sus padres la dejan ir. Además, empieza temprano, creo que a las ocho. Y aquí todos nos conocemos, no hay peligros y el hotel no está tan lejos de casa. Volveremos pronto. Nos portaremos bien.
Otras veces seguía a mi madre con argumentos parecidos, y con una súplica adicional:
—Mamá, por favor por favor, dile a papá que nos deje ir. Es que me gustan mucho… Te prometo que no haremos tonterías.
Mis hermanos estaban hartos de oírme porque, encima, entre ruego y ruego, me pasaba el rato cantando a voz en grito, desentonando bastante, todo hay que decirlo: “perdónameeee, te necesitooo, perdónameee, te lo suplicooo…” que era mi canción favorita en esos momentos.
Al final, como en el refrán que reza que quien la sigue la consigue, logré el permiso para ir a la famosa fiesta, eso sí, con la condición de que nos acompañara mi hermano Sergio, quien creo que todavía no me ha perdonado la encerrona.
Llegó el día ansiado, y después de mirarnos y remirarnos en el espejo y de asegurarnos de que no teníamos ni un mechón fuera de sitio, nos presentamos en el Hotel Miramar con una hora de antelación.
La terraza de la playa estaba adornada con banderines de colores y guirnaldas de flores artificiales. No había escenario, pero no importaba, así los tendríamos más cerca. Pensándolo ahora, la verdad es que el lugar parecía más preparado para un baile popular que para un concierto.
Poco a poco fueron llegando otros veraneantes y, cuando pasaban varios minutos de las ocho y la gente se iba impacientando, se oyó una voz dándonos la bienvenida e invitándonos a bailar al ritmo de las canciones del Dúo Dinámico que empezaron a sonar una tras otra. Serían casi las nueve cuando, cansadas de esperar a nuestros ídolos, asaltamos a uno de los camareros que atendían las mesas de alrededor de la pista:
—¿Perdone, sabe cuándo llegará el Dúo Dinámico?
Al muchacho, muerto de risa, le faltó poco para que se le cayera al suelo la bandeja repleta de bebidas. En la pista comenzó a sonar: “el final del verano llegó y tu partirás…”
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