Amor adolescente

 



Los gritos de la hija del duque resonaron por todas las estancias del castillo.

—¡No! ¡No, no y no! ¡Nunca consentiré! ¿Casarme con ese viejo yo? ¡Ni hablar! Si ya tiene veinticinco años... Además es bizco, feo y paticorto.

La doncella de Mencía no le llevó la contraria. Era cierto que el hijo del conde Salvaterruño tenía once años más que la niña, pero en cuanto al resto... Cerró los ojos e imaginó por un momento que la prometida iba a ser ella. La aparición del duque la sacó de su ensoñación.

—¿Se puede saber a qué viene semejante griterío? Mencía, deja de comportarte como una niña malcriada.

—Pero, padre... Arturo es muy viejo y, además, no me gusta nada.

—Y ¿desde cuándo una mocosa como tú puede decidir qué matrimonio le conviene? Arturo es un buen mozo y un excelente partido. Además, la unión de ambas familias ampliará nuestro feudo. No quiero oír ni una sola queja más. Yo sé bien lo que es mejor para ti.

Lo cierto era que el duque de Madreselva, que enviudó a los pocos meses de nacer su única hija, había dejado la educación de la niña en manos de criados, institutrices y doncellas. La administración de sus tierras, la mediación en los problemas de sus vasallos y las disputas con los feudos vecinos había absorbido todo su tiempo. De modo que Mencía había pasado su infancia correteando con libertad por los dominios del ducado. Estaba acostumbrada a recorrer campiñas y montañas a su antojo con los hijos de los siervos del castillo.

La chiquilla no había tardado en sentir predilección por el hijo de la cocinera, Dionisio, que era un muchacho avispado y bien parecido de apenas un par de años mayor que ella. Al llegar la adolescencia, esta amistad infantil empezó a tomar un cariz más íntimo y personal. Ella no lo sabía pero se estaba enamorando de su compañero de juegos más de lo que hubiera sido conveniente.

Después de la disputa con el duque, los gritos de Mencía no se repitieron. Sin embargo, la muchacha andaba por los pasadizos cabizbaja y en silencio. Desaparecía del castillo sin decir a dónde iba aunque todos estaban seguros de quién la acompañaba en sus escapadas.

Los preparativos para la fiesta en la que se anunciaría el compromiso de los dos jóvenes avanzaban a toda prisa. Faltaba una semana para la fecha señalada cuando el repicar de las campanas de la iglesia a horas intempestivas sorprendió a los habitantes del castillo. No era un buen presagio.

Todos se preguntaban qué podría haber pasado. No tardarían en saberlo. Un jinete con el estandarte del condado de Salvaterruño hizo su entrada en el castillo, solicitando audiencia con el duque. La expresión cariacontecida tanto del conde como del portador del mensaje lo decía todo. Por su parte, Mencía al escuchar la noticia de la muerte de su futuro esposo a manos de unos bandidos, no pudo evitar que se le escapara un suspiro de alivio. Algún alma bienpensante dio por hecho que era una expresión de dolor.

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Imagen de Enrique Meseguer en Pixabay 

Comentarios

  1. Me pregunto si esos bandidos no estarían liderados por el hijo de la cocinera. Una narrativa muy cuidada y cada vez más lustrosa. ¡Bien por la autora!

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    1. ¡Muchas gracias!
      No lo había pensado, pero todo es posible. Esto es lo bueno de los relatos. Cada lector puede hacer su propia interpretación.

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  2. Historiá atrayente por el tema y el detalle de su limpieza. Es cierto que o gay historias viejas. Los que os escritores les dan vida

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    1. Muchas gracias, Amalia. Los escritores tenemos el privilegio de ambientar las historias en cualquier momento y lugar. Un abrazo

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  3. Muerte altamente sospechosa y oportuna la del ya difunto futuro esposo…

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    1. Jajaja! Asi es, pero la doncella es totalmente inocente (eso dicen por ahí)...

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