El ritual anticaserante

Cuando lo conocí se apuntaba a cualquier movida. Daba igual que se tratara de ir al cine, a bailar, a pasar el día en el campo o simplemente tomar unas copas con los amigos. Todo menos quedarse en casa. Siempre decíamos que un derrumbamiento repentino no nos pillaría in situ. Un tiempo después, nos fuimos a vivir juntos y descubrió que estar en el hogar a tu aire no estaba tan mal. La verdad es que a mí un poco de tregua no me importó. Casi que hasta la agradecí, por lo menos al principio. Pero llegó un día en que no había forma de hacerlo salir. Se volvió tan y tan casero que empecé a desesperarme. Nunca puso objeción a que yo lo hiciera por mi cuenta, pero a mí también me apetecía que fuéramos juntos a bailar, al cine, a viajar o hacer miles de cosas. Cuando mi impaciencia alcanzó un nivel insoportable, no tuve mejor idea que pedir consejo a mis amigas. Ojalá no lo hubiera hecho. Una de ellas, Maribel, justo de la que menos me lo esperaba, me soltó como si fuera la cosa más norm...