Un encuentro casual
Dos personajes ilustres comparten, sin saberlo, vagón en el metro de Moscú. El tren ha detenido su marcha en medio de dos estaciones y, aunque han oído un mensaje por megafonía, ninguno de ellos ha podido entender lo que decían. Se trata, ni más ni menos, que de don Antoni Gaudí, famoso arquitecto catalán, y la dama inglesa conocida como Lady Godiva.
El señor Gaudí se pasea por el vagón observando hasta los más mínimos detalles del compartimento. Se detiene ante los asientos que hay cerca de una de las puertas y advierte la presencia de la conocida dama.
—¡Qué sorpresa, Lady Godiva! No esperaba verla por aquí. Veo que el frío de Moscú le ha hecho arroparse bien.
La mujer luce un abrigo de visón plateado, adornado con botones de pedrería, que le llega a la altura de los tobillos. Lleva también un sombrero a juego y un manguito con el que se cubre las manos.
—¡Buenos días, diría yo, señor Gaudí! Veo que es usted exactamente igual que la fama que le precede. Creo adivinar a qué viene su impertinencia y le recuerdo que fue un hecho aislado y por una causa justa. En cambio, su arrogancia y mala educación deben ser de nacimiento.
—¡Perdón, milady! ¡Buenos días! Nada más lejos de mi intención que ofenderle. En realidad, soy un gran admirador suyo. Su buena obra la ha hecho famosa en el mundo entero. Me preguntaba si me permitiría inmortalizarla en un trencadís en el que estoy trabajando. Será para un mosaico que me ha encargado el Conde Güell en Barcelona.
—¡Vaya! Menos mal que hay alguien que no está empeñado en convertirme en bombones de chocolate. Eso de estar en boca de todos... —la mujer gira la cabeza a un lado y otro con gesto de fastidio—. Por cierto, ¿sabría usted decirme qué es lo que ha provocado este parón en el metro? Me está empezando a faltar el aire y creo que la calefacción ha dejado de funcionar.
—Verá, yo he venido a conocer esta maravilla de la arquitectura que es el metro de Moscú y ni me había dado cuenta de que hacía un buen rato que esto no se movía.
La mujer se levanta del asiento que ocupa y se vuelve a sentar, busca algo en su bolso, se abre el abrigo y agita la mano como si quisiera abanicarse. Gaudí la contempla sin saber qué hacer y acaba sentándose a su lado.
—Milady, perdone mi osadía, pero es que nunca había contemplado a una mujer tan hermosa. Tengo que inmortalizar ese rostro angelical.
Ella no responde, está pálida y unas gotitas de sudor ruedan por su frente y acaba por desplomarse en los brazos del arquitecto. El hombre no cabe en sí de la emoción y le da palmaditas en las mejillas. Al ver que no reacciona, decide comprobar si tiene fiebre. Está a punto de rozar la frente de Lady Godiva con sus labios cuando esta abre los ojos.
—¿Cómo se atreve? ¿Pensaba aprovecharse de una pobre mujer indefensa? —y mientras dice eso golpea repetidas veces a Gaudí con su bolso.
—¡Cálmese! Pero, ¿usted por quién me ha tomado? Intentaba comprobar que no tenía usted fiebre. La próxima vez la dejo que se caiga al suelo.
—Si cuando yo digo que es usted un insoportable...
De repente, el vagón comienza a rodar y la inercia hace caer al uno en brazos del otro. Se miran sorprendidos, pero no se separan. Miran a su alrededor para ver si alguien se fija en ellos y se funden en un apasionado beso.
Imágenes de Pixabay y de Internet
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