El color de la vida puede cambiar

Apartó el visillo beige que cubría la ventana del salón y dirigió su mirada al edificio de enfrente. Tras la contraventana marrón, que quedaba dos pisos más abajo que el suyo, se ocultaba la única visión que le proporcionaba un poco de alegría. Miró el reloj de madera de castaño del salón que marcaba las ocho y veinticinco. Ya no tardaría en abrirse la ventana, pensó. Fuera la penumbra había comenzado a cubrir las calles y las acacias y los plataneros anunciaban el final del verano con sus hojas que empezaban a lucir tonos parduscos. Alberto cogió los prismáticos para poder observar a la mujer de la ventana marrón. La vio desprenderse con parsimonia de las prendas que vestían su cuerpo hasta dejarlo con una lencería mínima. Después, con una rapidez que Alberto maldijo en su interior, se enfundó en un exiguo vestido color canela y desapareció de su ángulo de visión. Hacía ya tres años del accidente que le condenó a permanecer unido a un aparato de diálisis tres días por sem...