Amor al arte

Sus miradas se cruzaron por unos segundos. Los suficientes para que ella se diera cuenta de que él tenía los ojos verdes más trasparentes que había visto nunca. Él reparó en su melena larga y rizada de un negro intenso, casi azul. Ella fingió seguir enfrascada en la contemplación de uno de sus cuadros favoritos: La joven de la perla de Vermeer, pero lo cierto es que a partir de ese momento, aprovechó su transcurrir por las salas del museo Mauritshuis para observar a hurtadillas al dueño de los ojos hipnóticos. Él, mientras tanto, sacando partido de su altura, contemplaba los cuadros a una distancia suficiente para tener un amplio campo de visión que la incluyera a ella. Tarde o temprano sus ojos tropezaban de nuevo con la atractiva morena de pelo crespo. Como si se tratara de un radar, ella sentía sobre sus hombros el peso de la mirada del misterioso visitante, e intuía que seguía sus pasos a cierta distancia por todas las salas del museo. Hasta que una salida, demasiado e...