La vida en un suspiro
Siempre corriendo. Así son tus días. Levantarse antes de que den las siete, ducharse, despertar a los niños, ocuparse del desayuno y llevarlos al colegio temprano para poder llegar al trabajo a tiempo. Las tardes no son muy diferentes, pero en secuencia inversa. Recoger a los niños, bañarlos, preparar la cena, poner la lavadora, tender la ropa y, cuando puedes sentarse en el sofá, los ojos se te cierran sin remedio. Toca irse a la cama y, al día siguiente, vuelta a empezar.
En el trabajo las cosas no son más relajadas. Nada más llegar, un sinfín de palabras desfilan por tu cabeza, como en una gran sopa de letras: absorción, actas, consejos, fusión, disolución, litigios, estatutos. Tus dedos teclean sin descanso todo tipo de documentos serios, aburridos pero necesarios.
El tiempo transcurre con una rapidez vertiginosa. Los niños dejan de serlo, se convierten en adolescentes y luego en jóvenes. Llega el momento de la emancipación, que no tienen prisa por abrazar. Cuando abandonan del nido, el ritmo se ralentiza, pero tu energía mengua.
La jubilación llega como un sueño inalcanzable. La recibes, llena de deseo, sin miedo a enfrentarte con días vacíos. Ansías disfrutar de cosas sencillas. Remolonear en la cama hasta tarde, salir con las amigas, ir al gimnasio sin prisas y leer en el sofá a cualquier hora. No necesitas convertirte en heroína. Solo dejarte llevar. Con tu mente libre descubres el placer de contar historias. Al principio las escribes para ti. Después, las compartes con tus compañeros de escritura, creas un blog y las publicas. Son muy variadas. Unas hablan de amores perdidos y encontrados, otras de recuerdos u olvido. Hay relatos policíacos, de misterio, de fantasía. Los tejes con mimo para regalarlos a los seres solitarios de cualquier lugar del mundo y te sientes feliz.
Imagen de @mapraty
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