Aprensión

 

Llego tarde. Seguro que llego tarde. Ya me lo ha gritado mi mujer cuando salía de casa. “¡Que se te han pegado las sábanas, Miguel!” Claro, como ella teletrabaja, puede pasarse el día en pijama. Encima, como siempre que llueve, me ha sido imposible encontrar un taxi y el metro va a reventar de gente. Ya me imagino la cara de perro de mi jefe cuando me vea entrar. “La puntualidad no es lo tuyo, ¿verdad, Gutiérrez?” No lo soporto.

Sigo sumido en mis cavilaciones hasta que un hormigueo persistente en la nuca, que no desaparece aunque me rasque, me hace girar la cabeza, y entonces lo veo. Es el tipo más raro que he visto en mi vida. Su testa reluce como si le hubiera dado una capa de cera, no se ve ni una sombra que indique un rapado reciente. Pero lo peor no es eso. Por el tono de su piel, su pelo inexistente debería ser moreno o castaño por lo menos, y sus cejas y pestañas deberían ser del mismo tono, pienso, y no es así. Sus ojos se cruzan con los míos por unos segundos. ¡Vaya! Se ha dado cuenta de que lo observo. Intento desviar la mirada y disimular. No sirve de nada. La ventanilla que tengo delante refleja claramente su imagen, por lo que me es fácil comprobar que ahora es él el que clava sus pupilas en mi cogote. Sus ojos de pestañas y cejas inusitadamente blancas me inquietan y no sé por qué.

Por fin llego a mi parada, que parece ser también la de todos los pasajeros porque en pocos segundos se vacía el vagón casi por completo. Miro a mi alrededor para comprobar si todavía anda por aquí el extraño personaje, pero no hay rastro de él. Se habrá perdido entre la multitud, me digo, y me centro en repasar mi agenda mentalmente.

Cuando salgo del metro ha dejado de llover y acelero el paso para tratar de ganar ni que sea unos segundos. Es inútil porque, nada más entrar en la oficina, oigo la voz de mi jefe:

—Buenos días. La puntualidad no es lo tuyo, ¿verdad, Gutiérrez? Pásate por mi despacho en seguida que tengo novedades.

—Suelto el paraguas y ahora mismo voy, jefe —digo con resignación, mientras me pregunto qué demonios querrá.

En cuanto entro al despacho de mi jefe,la mandíbula inferior se me descuelga sin permiso y no acierto a cerrar la boca.

—Entra Gutiérrez. No te quedes ahí como un pasmarote. Te presento a tu futuro director, Gabriel Menéndez. Ya sabes que me jubilo dentro de un año y él ha sido la persona elegida para sustituirme cuando llegue el momento.

Unos ojos rodeados de pestañas y cejas níveos me observa con una sonrisa, que a mí me ha parecido burlona, al tiempo que me tiende la mano diciendo:

—Encantado, Gutiérrez. No sé por qué, pero tengo la impresión de haberte visto en alguna parte.

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