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Posteando desde el paraíso

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  Día 16 desde mi llegada Se cumplen hoy dieciséis días de mi llegada a este estupendo paraíso tropical y es el momento de compartir con vosotros mis experiencias. Lo primero que tengo que decir es que no sé por qué a la gente le fascina la idea de unas vacaciones en el Caribe. Guardadme el secreto: aunque todo es de lujo, yo estoy deseando volver a la civilización. En mis posts os iré explicando cositas para que tengáis una información más ajustada a la realidad. Día 17 desde mi llegada Os cuento una ventaja enorme de la isla: aquí no es necesario tener coche o moto, ni siquiera bicicleta. Veréis por qué lo digo. Estoy en un cayo que, como la mayoría sabréis, es una isla muy muy pequeña. Para que os hagáis una idea, en media hora a pie le has dado una vuelta completa. Además, está cubierta de una arena superfina, preciosa; lo único es que es tan blanca que deslumbra más que el foco de un plató. Menos mal que me traje unas H ay Ban, si no estaría ya cegata perdida. Día 19 d

Reencuentro

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Dedicado a mi muy querida amiga Ascen, que nos dejó demasiado pronto, donde quiera que esté. Hoy hubiera cumplido 65 años. Muy pocos para haber dejado este mundo. Me voy a la cama pensando en ella, con la certeza de que conciliar el sueño no será fácil. Trato de relajarme, intentando dejar la mente en blanco sin demasiado éxito. Doy vueltas y más vueltas hasta que alguien me dice: —Te está costando dormir, ¿eh? A mí antes también me pasaba y por eso tomaba tanto diazepam. —¿Tú? ¿Qué haces aquí? ¿No se supone que estás…? —Muerta, sí. Dilo sin miedo que no pasa nada. No me asusto, al contrario, oír su voz me da una gran paz. —Estaba pensando en ti, ¿sabes? Por cierto, muchas felicidades. —¡Vaya! Esta vez has acertado. ¿Recuerdas que siempre te adelantabas un día? He tenido que cambiar de plano para que no se te olvide. Sonrío porque sé que tiene razón y le digo: —Veo que sigues siendo la misma. —¿Qué te crees, que al morir me iba a hacer menos “sincera” ? Ja ja ja. ¡

Nunca digas nunca

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  La Presidenta de la Comunidad Autónoma de Elforo, doña Maribel Tiene Losuyo, había insistido. El comunicado tenía que ser en directo y desde el plató de la cadena autonómica; los elfore ños se lo merecían. Y la dirección de la televisión lo había dispuesto todo para que así fuera, a pesar del poco tiempo que habían tenido para organizarlo. Ahora, e n el set todo está listo para que la intervención se realice justo a continuación de la lectura de los titulares del noticiero de la mañana. El regidor se ha encargado de comprobar que los equipos audiovisuales estén listos, que la iluminación sea la más favorecedora para la autoinvitada y que el sonido tenga la frecuencia adecuada y no distorsione la voz de la susodicha. Ya solo queda que la señora Losuyo, como se le conoce popularmente, aparezca por la puerta del estudio. El plató es semiesférico y hay una mesa también con esa forma, de color azul cobalto y con capacidad para tres personas. Dos hombres ocupan los puestos de los ext

Un jefe como los de antes

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  Por las mañanas, llegaba siempre cuando pasaban cinco minutos justos de la hora en la que empezaba la jornada laboral. Era como si, en el trayecto hacia su despacho, quisiera hacer una lista mental de los empleados que no estuvieran ya en sus puestos. Sus siempre brillantes mocasines Sebago resonaban acompasados y se oían hasta en el último rincón de la oficina. Tenían un efecto inmediato: se disolvían los corrillos y se hacía el silencio más absoluto. Solo se oían las conversaciones de los que atendían alguna llamada de trabajo cuyo volumen, en cualquier caso, se reducía en varios decibelios. El efecto no era muy diferente cuando se dirigía a buscar el café que solía tomar a media mañana. A decir verdad, a pesar del temor que sembraba con una sola mirada, nunca se le había oído pronunciar una palabra más alta que la otra. Por el contrario, se decía que sus peores broncas eran cuando su tono de voz era más bajo. Ese día yo había tenido que llevar al pediatra a mi hijo de cuatro

Imprevisible

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  A Eric Subirats esta noche le toca patrullar con su jefa y exnovia, la sargento Samanta Villanueva. No es la primera vez, pero tampoco le molesta demasiado. En el fondo todavía conserva la esperanza de poder recuperarla. Sentados en el coche patrulla, comentan las últimas películas que han visto, mientras se calientan con el tercer café de la noche. Como cosa rara, está siendo una guardia tranquila. Ellos prefieren la acción porque hace que el tiempo pase con mayor rapidez. Pero todo puede cambiar en cualquier momento. De hecho, l a radio irrumpe en la monotonía cuando ya no lo esperaban. —Se está produciendo un 945 en la calle Buenaventura número 325. Una vecina del edificio ha oído los gritos de alguien pidiendo socorro. Los agentes no están lejos del lugar indicado, así es que se dirigen hacia allí a todo prisa. Llegan en pocos minutos y una vecina, que dice ser la que ha avisado al 112, se encarga de señalarles el piso de donde proceden las voces implorando auxilio. Llama

Aprensión

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  Llego tarde. Seguro que llego tarde. Ya me lo ha gritado mi mujer cuando salía de casa. “¡Que se te han pegado las sábanas, Miguel!” Claro, como ella teletrabaja, puede pasarse el día en pijama. Encima, como siempre que llueve, me ha sido imposible encontrar un taxi y el metro va a reventar de gente. Ya me imagino la cara de perro de mi jefe cuando me vea entrar. “La puntualidad no es lo tuyo, ¿verdad, Gutiérrez?” No lo soporto. Sigo sumido en mis cavilaciones hasta que un hormigueo persistente en la nuca, que no desaparece aunque me rasque, me hace girar la cabeza, y entonces lo veo. Es el tipo más raro que he visto en mi vida. Su testa reluce como si le hubiera dado una capa de cera, no se ve ni una sombra que indique un rapado reciente. Pero lo peor no es eso. Por el tono de su piel, su pelo inexistente debería ser moreno o castaño por lo menos, y sus cejas y pestañas deberían ser del mismo tono, pienso, y no es así. Sus ojos se cruzan con los míos por unos segundos. ¡Vaya! Se

La vida en un suspiro

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Siempre corriendo. Así son tus días. Levantarse antes de que den las siete, ducharse, despertar a los niños, ocuparse del desayuno y llevarlos al colegio temprano para poder llegar al trabajo a tiempo. Las tardes no son muy diferentes, pero en secuencia inversa. Recoger a los niños, bañarlos, preparar la cena, poner la lavadora, tender la ropa y, cuando puedes sentarse en el sofá, los ojos se te cierran sin remedio. Toca irse a la cama y, al día siguiente, vuelta a empezar. En el trabajo las cosas no son más relajadas. Nada más llegar, un sinfín de palabras desfilan por tu cabeza, como en una gran sopa de letras: absorción, actas, consejos, fusión, disolución, litigios, estatutos. Tus dedos teclean sin descanso todo tipo de documentos serios, aburridos pero necesarios. El tiempo transcurre con una rapidez vertiginosa. Los niños dejan de serlo, se convierten en adolescentes y luego en jóvenes. Llega el momento de la emancipación, que no tienen prisa por abrazar. Cuando abandonan del