Angustia
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Nuria y Alfonso charlan tranquilamente en la cocina. Están acostumbrados a que las conversaciones ajenas se cuelen en su casa a través del patio de luces y con el tiempo han aprendido a ignorarlas. Por eso no prestan atención a los sollozos que parecen los de una vecina en plena discusión telefónica. Pero lejos de apagarse, los sollozos son cada vez más fuertes y eso les pone en alerta. Casi inmediatamente, oyen la voz de una mujer que pide ayuda:
— ¿Hay alguien ahí? ¡Socorro! ¡Por favor! ¡Por favor!
Nuria se asoma a la ventana buscando la procedencia de los gritos, y ve a la vecina del piso de arriba que le dice:
—¡Aquí! ¡Aquí arriba!
—¡Tranquila, tranquila, ya estoy aquí! ¿Cuál es el problema? ¡Dime cómo puedo ayudarte!
Marcela, lejos de apaciguarse, habla atropelladamente, y Nuria no entiende nada de lo que está diciendo. Poco a poco la mujer va serenándose y le explica que ha salido a la galería a tender la ropa y, no sabe cómo, se ha quedado encerrada fuera. Con los ojos enrojecidos y las mejillas empapadas en lágrimas le dice que, dentro de la casa están sus dos hijas pequeñas. Las oye llorar y teme que pueda pasarles algo.
—¿Hay alguien que tenga una copia de las llaves de tu casa?
Marcela contesta que en portería tienen sus llaves porque no tiene a nadie más para dejárselas.
Una vez ya dentro de la casa y en compañía de su vecina, Marcela acuna a su bebé de apenas cinco meses con un brazo y rodea con el otro a su hija de tan solo dos años. Se dice a sí misma que debería haber imaginado que los problemas no desaparecían. Por mucho que se crea que se han dejado atrás siempre queda un lastre del que hay que liberarse y, si no se hace, de un modo u otro acaba trayendo consecuencias nefastas.
Marcela, por fin, consigue romper las compuertas que la oprimen y, casi sin darse cuenta, comienza a explicar a su vecina -a la que solo conoce de vista- que decidieron abandonar su Argentina natal en busca de mejores oportunidades de trabajo sí, pero, sobre todo, para alejar a Tiago, su marido, del mundo de las drogas. El entorno en que vivían hacía muy complicado desligarse de ese ambiente y, aunque él decía que era solo marihuana, ella sabía que, incluso así, con un padre enfermo de esquizofrenia, era un elemento extremadamente peligroso para él.
De pronto, un portazo interrumpe la conversación. Marcela enmudece y y la palidez baña su rostro.
Un joven, con aire demacrado y la mirada perdida de quien a pesar de seguir vivo ha abandonado el mundo real, entra en la casa, cae a los pies de Marcela y exclama:
—¡Perdóname, Marcela! Yo no quería hacerlo pero, otra vez la voz que me persigue me estaba taladrando el cerebro, dándome órdenes. No tenía más remedio que cerrar esa puerta para que la voz no te atrapara a ti también.
¡Felicidades!, me gusta el estilo.. estaré pendiente de tus entradas y quizas narré alguna de tus historias(con tu permiso) para mi canal de relatos de YouTube, también estoy comenzando a escribir :). Dime: ¿De que obra te sientes mas orgullosa?, para leerla
ResponderEliminarMuchas gracias! Me alegro de que te gusten mis relatos. Me halaga tu propuesta de narrar mis historias. Gracias de nuevo. La verdad es que ya estoy trabajando con un actor profesional que pondrá voz a mis cuentos. Estamos creando un canal de Youtube. Puedes ver una muestra en mi relato "Fin de semana de relax" publicado en este blog.
EliminarUn saludo,
Buen relato, Mariángeles, otra muestra de realismo social al que nos tienes acostumbrados a tus lectores. Leí en el otro comentario que estás trabajando en un canal de Youtube, te felicito por la iniciativa. Será un placer escuchar tus cuentos.
ResponderEliminarMuchas gracias, Javier. Parece que me muevo mejor en medio de la realidad que con la fantasía imaginativa.
EliminarLo del canal de Youtube es algo muy incipiente que de momento consta de un solo relato. Tengo la esperanza de que vaya avanzando, aunque no depende tanto de mí como del narrador. Iremos viendo.