Cotidianidad alterada




Abro los ojos con la sensación de haber dormido más de la cuenta. Cuando miro el reloj compruebo que en realidad no es una sensación. ¡Me he dormido! No sé si porque no puse el despertador anoche o sencillamente lo he apagado estando dormida. Es un fastidio que sea precisamente hoy que tengo una entrevista a las nueve y ya son las ocho. Ya puedo  espabilarme o no voy a llegar a tiempo; adiós a la oportunidad de repasar la lista de preguntas.


Si siempre es conveniente ser puntual en este caso es imprescindible, por lo que lavarme y secarme el pelo queda descartado. Tendré que conformarme con una ducha rápida. No estaré tan glamurosa como me hubiera gustado, pero es lo que hay;  el reloj no detendrá su marcha por mí. Pongo el turbo y empiezo la carrera.


Me dirijo al baño para comprobar que, hoy, justamente hoy, Adrián se me ha adelantado. Y además se ha encerrado. Aporreo la puerta aunque no sirve de mucho porque tiene puesta la radio a todo meter y ni siquiera me oye. Me digo que aprovecharé para tomarme un café y cuando abro el cajón de las cápsulas está completamente vacío. "¡Mierda!", digo dando un manotazo al mármol con tanta habilidad que ahora, además, me duele la mano. 


Por suerte hay silencio en la habitación de los niños, todavía duermen. Espero que sigan así por lo menos hasta que llegue Lucía y se haga cargo de ellos.


Cuando por fin sale Adrián del cuarto de baño y estoy a punto de entrar yo, suena un móvil, el mío. Es Lucía que me anuncia que ha habido un parón en el metro y llegará con retraso. Un taco escapa de mi garganta sin permiso: "¡joder, no, hoy no!".


Al final, logro meterme bajo la ducha y, ¡oh, sorpresa!, el agua parece llegada directamente de un manantial. Alguien, "no sé quién", ha pensado que era el único que se tenía que duchar. Estoy que echo humo por la cabeza y no precisamente porque el agua esté demasiado caliente. Aprieto los ojos para impedir que se me salten las lágrimas porque me estoy congelando.


Termino de arreglarme a toda prisa y miro la hora: las ocho y media. No puedo esperar un minuto más a que llegue Lucía.


—Cariño, Lucía llega con retraso —grito desde la puerta—. Yo me voy que se me hace tarde.


—Ni hablar. No, no, no... ¡Espera!


Su último grito me pilla ya en el ascensor. 



Imagen de Gerd Altmann en Pixabay 

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Comentarios

  1. Has retratado la jungla de asfalto con un punto de comicidad. Comer o ser comido. No hay otra.

    Un abrazo.

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